viernes, 6 de diciembre de 2019

Estrenando objetivo

Hacía ya bastante tiempo que rondaba por mi cabeza la idea de comprar un objetivo nuevo: hará cuatro años ya estaba pensando en comprarme un 70-300 o 55-250 de Canon, Sigma o Tamron, aunque cuando un amigo me dejo un Canon 17-85mm 4f/-5,6 de diafragma defectuoso que tenía por casa vi casi resueltas todas mis necesidades. Aquel objetivo, a pesar de no tener demasiada buena fama, me daba buenos resultados, aunque también he de decir que por aquella época abusaba de ISO, así que con esa ventaja cualquier objetivo medianamente luminoso (más en este caso en el que la amplitud del diafragma estaba atascada en el máximo entre otros defectos que no voy a enumerar pues no los recuerdo bien) puede tomar fotografías a altas velocidades. Un año y mucho después, o dos, no recuerdo bien, otro fallo típico de estos objetivos salió a la luz: el zoom se atascó, y el objetivo quedó del todo inutilizado. Entonces retomé la idea de comprar otro objetivo, aunque tampoco tenía demasiada prisa. Amontoné un buen montante de dinero con el tiempo, unos 200€, pero entonces me encapriché del Seiko SRP779, mi fiel compañero el tortuga, un reloj automático de buceadores profesionales que tanto goce me ha dado en los casi dos últimos años. A pesar de lo feliz que estaba (y estoy) con dicha compra, al poco ya me venían arrebatos de arrepentimiento, pensando en que quizás podría haber empleado mejor ese dinero destinándolo para cambiar de ópticas, pero tampoco me comí demasiado el coco con ello, ya que el 18-55 de fábrica aún daba excelentes resultados. Pero los años pesan, y el trote que le he dado durante los más de 6 años que lleva conmigo no tardaron en hacer mella sobre todo durante éste último.

Este 18-55, así como mi Canon EOS 600D, han estado en casi todas partes conmigo: bosques, playas, monumentos, edificios abandonados, excavaciones arqueológicas…y en la vía, cómo no, y han aguantado las consecuentes condiciones climatológicas y ambientales, así como caídas y otras penalidades que les iban surgiendo y que estoicamente aguantaban. Así, durante la nevada del 1 de diciembre del 2017 soportaron bruscos cambios de temperatura, copos traicioneros y la humedad de la mochila, lo que hizo que los hongos se instalaran en el pobre objetivo. Poco a poco, los estragos del festín que estos organismos micológicos se fueron dando con las capas de plástico que recubren las lentes hacían cada vez más mella en mis fotografías, las cuáles cada vez se veían en tonalidades más raras, y se hacían aún más raras al intentar solucionar ese problema desde un ordenador en el que el monitor parece imposible de ajustar. La cosa empeoraba en condiciones de luz adversas, afeando las luces de las farolas en tomas nocturnas y por tanto imposibilitándome tomar fotografías urbanas de larga exposición. Por suerte, hace unos cuantos meses descubrí la marca Yougnuo, una marca china de productos fotográficos más que económicos que tiene bastante buena reputación en el mundillo de la fotografía; tiene sus detractores también, como es evidente, pero uno prefiere fijarse en las muchas buenas experiencias que han tenido otros usuarios que en las pocas malas cuando va a comprar algo. Así pues, tras recolectar en poco tiempo el monto de 55€ que su objetivo de 50mm costaba en Amazon, lo adquirí, auspiciado además por los buenos resultados que les daban a otros compañeros sus objetivos de 50mm, mayormente el Nikkor de Iker, quien hablándome de sus ventajas me fue convenciendo poco a poco para que me hiciera con uno, ya que yo en un principio era reacio a los objetivos de focal fija.

Ayer, pues, tras bastantes días ocupado escribiendo para mis profesores trabajos de tropecientas mil palabras de los más variados temas, desde el neolítico en Mesoamérica al efecto de la abolición de los fueros en la economía vasca, pasando por la arqueología industrial y la relación entre los astilleros y los armeros guipuzcoanos, estos dos aún en proceso de finalización, tuve la oportunidad de experimentar con el recién llegado objetivo. El lunes, nada más llegar a Vitoria, tuve ocasión de practicar un pequeño entrenamiento con los autobuses urbanos de las líneas 2 y 10 que pasan junto a mi casa por la calle Zumaquera y los resultados eran muy satisfactorios, pero ayer quise ir más allá y explorar, aparte de la fotografía ferroviaria, el retrato, formato fotográfico al que no estoy familiarizado en exceso pero que sin embargo no se me da tan mal, y con el que alguna vez he obtenido reconocimiento por personas ajenas al conocimiento de la fotografía. Así, con unos cuantos compañeros de clase comencé a sacar retratos con la mayor amplitud de la que esta lente dispone, f/1,8, y a pesar de lograr excelentes resultados me di cuenta de la dificultad de mantener enfocados los sujetos, cosa que después dificultó a mis compañeros, que ya tienen unas cuantas fotografías bastante buenas sacadas por mí, junto al estado de mi destartalada cámara, sacarme a mí siquiera un retrato decente, aunque de las tantas fotos que me sacaron una es salvable, y quizás me la ponga como foto de perfil en WhatsApp. Es curiosa la atracción y curiosidad que generan las cámaras réflex en la gente de fuera del mundillo fotográfico, pues casi todos quieren probar a sacar fotos aunque pocos logran buenos resultados con mi cámara, ya entrada en años y tan caprichosa como una radio a válvulas.

Contento con los buenos resultados logrados, me fui a hacer unos recados al centro esperando la hora de acercarme a la estación, cuando poco antes de partir para allí me llegó un mensaje directo por Instagram de Vladimir, a quien agradezco desde aquí la información, que me comunicaba que acababa de ver por Olazagutía el Muriedas que yo esperaba cazar y que él no pudo fotografiar llevaba remolcada una 311. Acelerando el paso llegué y me coloqué en este encuadre en el que se ve la aguada, mientras que Iker, yendo sobre seguro pues no quería arriesgarse a perdérselo, se colocó en el puente San Cristobal, el que se ve al fondo de la foto. No tuvimos que esperar demasiado para poder fotografiarlo y tras disparar confirmé que el resultado era sobradamente satisfactorio para mí; el objetivo alcanzó mis expectativas, y lo estrené como Dios manda con un tren bastante bueno. No he tenido ganas de limpiar la 253-031, pero no descarto hacerlo próximamente y reemplazar la foto.

Después de pasar un rato charlando con Antonio, el charlatán empleado de Atendo, e ir a clase de prehistoria a atender una práctica sobre la elaboración de la cerveza, ilustrado con un vídeo patrocinado por San Miguel en el año 2004 y que me ocupó de 17:00 a 18:40, ya casi entrada la noche, me volví a encontrar con Iker y esperamos al segundo Muriedas del día, el de Pecovasa. Nos colocamos junto a una farola y mi avezado amigo ya tenía milimetradamente calculado el enfoque que tenía que usar desde un encuadre más abierto mientras que yo intenté hacer lo mismo un poco más al borde del andén usando como referencia una de las farolas del andén de la vía 2. Cuando ya el tren estaba pasando por la marquesina, dos vigilantes de seguridad salieron a ver el paso del tren, y a uno de ellos, bastante alto para más inri, no se le ocurrió otra cosa que acercarse al borde del andén a saludar al maquinista, rebasando para ello la línea amarilla. Nada más verles salir a los dos nos vino el presentimiento de que algo así iban a hacer, y efectivamente, lo hicieron. La desacertada decisión del ignorante vigilante, ya que no lo hizo a propósito, causó un más que razonable enfado a Iker, a quien le estropeó la foto, pues el final del convoy quedaba tapado por su cuerpo. Su fotografía estaba bien enfocada e iluminada, y la mía en cambio todo lo contrario, quizás por racanear de ISO y por mi evidente falta de experiencia, y eso me apenó bastante, ya que de habernos colocado justo al revés al menos tendríamos una excelente foto y otra que tampoco supondría una gran pérdida. Después de unos minutos vino el Arco, bastante puntual a pesar de llevar un retraso de unos pocos minutos y con tres coches. Esto nos resarció un poco la desazón del Pecovasa, aunque a mí las fotos me quedaron trepidadas, pero de los errores se aprende y espero que para la próxima vez tenga ya a plena disposición y con zapata nueva el trípode Manfrotto con rótula de vídeo que me agencié en un mercadillo por unos 15€ y que, seguramente, a costa de ser más pesado y algo menos práctico, dará sopas con ondas al anterior Cullman, de buena constitución aunque cutrillo en cuanto a sujección de la cámara, motivo por el que lo jubilo.

En conclusión, a pesar de que en toda la jornada sólo saqué una foto ferroviaria decente, y corriendo el riesgo de emitir un juicio antes de lo debido, creo que el Yougnuo, a pesar de su bajo precio, es un complemento decente para quien quiera cambiar y probar cosas nuevas sin tener que gastarse mucho. Quizás no sea el mejor y más nítido objetivo pero es digno y merece la pena probarlo. Espero que durante las próximas semanas pueda seguir experimentando con él y podáis ver sus frutos tanto por aquí como por Instagram.