sábado, 28 de noviembre de 2020

Fotografías con trampa


Hace unas semanas colgué esta fotografía en mi cuenta de Instagram con la siguiente descripción: “La "sosteniblemente" vinilada 253-045 pasa por Las Trianas de camino a cargo del químico Villafría-Hendaya. Mientras, una 600 cruza el puente en dirección a la universidad, 18-IX-2020”. Ciertamente, la foto tuvo bastante éxito y la pintoresca escena del cruce llamó la atención a bastante gente que incluso se animó a comentarla: alguien la comparó con una famosa fotografía tomada por Enrique Guinea probablemente entre 1914 y 1915, en la que un convoy del extinto ferrocarril métrico Anglo-Vasco-Navarro encabezado por la locomotora Nº4 “Vitoria”, de tipo 0-3-0 construida por la Falcon Engine & Car work Ltd. de Lougborough (Gran Bretaña) en 1887, se cruza por medio de un paso elevado de reciente construcción con otro del Ferrocarril del Norte, que sería seguramente un expreso a Madrid remolcado por la por aquel entonces recién estrenada vaporosa 4012, de tipo 2-4-0 Mastodonte, las cuales elevaron la velocidad de los servicios a los 90km/h. Dicho paso superior servía, antes de que el ferrocarril de vía estrecha se extendiera hacia el sur a Estella, únicamente al ramal que lo enlazaba en la estación del Norte con el de vía ancha. Y es que la comparación tiene cierto sentido, es más, hay ciertos detalles que la hacen digna de semejante paralelismo. Casualidades de la vida, saqué la foto protagonista de hoy desde ese mismísimo puente que aparece en la vetusta foto, pues tras el cierre de la línea en 1968 fue reutilizado como paso peatonal y el tranvía de Euskotren, que desde su inauguración en enero de 2019 pasa por encima de la caja de vía del viejo Norte en dirección al sur de la ciudad, es de ancho métrico al igual que el antiguo Vasco-Navarro.

La mencionada fotografía de Enrique Guinea, conservada en los fondos de la sección fotográfica del Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz..

Pues bien, mi fotografía no es más que un mero montaje. Fue ideada durante la espera que precedió a la toma original, ya que el Alvia a Barcelona que venía delante del mercante pasó con cierto retraso haciendo que tuviera que esperar pasando frío y con riesgo de mojarme; el contexto meteorológico no era agradable, y como el aviso fue casi inminente no tuve demasiado tiempo de abrigarme como era debido. Así pues, como la foto no iba a tener suficiente encanto así sin nada especial que la adornase y teniendo en cuenta que ya tenía cazada la brillantemente mantenida 045 meses antes, pensé que para que la espera mereciese la pena tomaría una foto del tranvía cruzando el puente para así acoplarla a la foto original. Después de que el Alvia pasara segundos después del paso de un tranvía, confirmé que la casualidad sería casi imposible de captar y me reafirmé en acometer la mencionada edición, obteniendo como resultado la foto que véis, y que espero que alguien pueda captar alguna vez con más mérito y sin ayuda del fotomontaje. Sin embargo y en mi defensa, también la del Vasco-Navarro es una foto “preparada”, pues los integrantes de la tripulación del convoy de vía estrecha y algún que otro curioso más que sale en la foto posan alegremente al paso del expreso.

 


Hemos llegado ya al ocaso de este 2020, año inolvidable para bien y para mal. En este año marcado por la pandemia era un reto difícil disfrutar de la afición y de la vida en general, pero se ha hecho lo que se ha podido. No ha sido un año bueno para nuestra sufrida afición, pues en un abrir y cerrar de ojos han desaparecido los últimos coches convencionales, multitud de servicios que antes amenizaban las horas, ha vuelto a la carga la "Fundición de los Ferrocarriles Españoles" aunque se le haya podido parar los pies para salvar una rama de Talgo III entre otro material de interés, y, como guinda del pastel, ha desaparecido la revista HobbyTren, un medio de divulgación de esta afición que desde hace más de 25 años hacía llegar a los kioskos una muestra de nuestra afición sobre todo al tren real, y que cautivó durante años las miradas de niños como yo, que viendo aquellos impresionantes posters desplegables se inspiraba a hacer todo tipo de dibujos e incluso fotos de índole ferroviaria, con la cámara de dos megapíxeles de sus padres, claro. Pero este fatídico 2020 ha llegado ya casi a su fin y estamos viendo nacer el 2021, dejando atrás el amargo regusto de tantos planes mandados al garete, tantas personas separadas, tanta gente desesperada por su situación económica, tanto sufrimiento y tantas pérdidas, un regusto que por desgracia nos va a ser difícil eliminar como es comprensible, y más teniendo en cuenta que en los cerebros de nuestros dirigentes no hay nadie al volante. 

Para ilustrar este fin de año, estos días casi liminales entre un año y otro, elijo una de las pocas fotografías que tomé desde el puente internacional de Santiago, un lugar un tanto extraño y también liminal a día de hoy. Antaño punto de finalización de la N-I, homólogo de asfalto de nuestro Ferrocarril del Norte, ha sido despojado de gran parte de su carácter fronterizo y tráfico por y gracias al espacio Schengen y la A-8. A pesar de la peatonalización de este viejo paso sustituido por un puente de hormigón pocos metros más arriba, aún la zona guarda ese regusto de tierra de nadie, de lugar de paso. Las licorerías y los bares de no demasiado buena reputación que quedan abiertos, ya algo decadentes por la menor afluencia de viajeros, ayudan a hacerse una pequeña idea de la actividad económica que en su día creaba por allí la por entonces mucho más palpable frontera y sus aranceles; también la inmensa playa de vías de Plaiaundi, su maraña de catenaria, sus convoyes mercantes en espera, sus grúas y tras todo ello los puentes ferroviarios que salvan el Bidasoa adentrándose en territorio francés guardan aún la esencia de aquellos tiempos, de lugar de paso.


El viejo puente de 1864, que comparten la vía ancha y la vía de ancho internacional, aguanta con dignidad el implacable paso del tiempo, pero no es ajeno al mismo: el primer arco presenta un trozo de sillar caído, y uno de los balconcillos ya tiene una parte de su balaustrada en el fondo del río. Por suerte parece que Fomento efectuará algunas obras de mejora próximamente, haciendo que recupere seguramente el esplendor de viejos tiempos. Quizás esta desidia, no carente de belleza, todo hay que decirlo, en la que se ve inmerso el puente va en consonancia con la pérdida de importancia de la frontera pero también del transporte internacional ferroviario, que aunque no haya cesado es bastante más reducido de lo que era en su día. A día de hoy, además, ningún tren de viajeros lo cruza ya, pues el Surexpreso está a la espera de ser restablecido aunque nada se sabe de la fecha prevista (quizás ni siquiera esté prevista, al menos por parte de Renfe), y el pobre Arco hace meses que desapareció; además, ya ni los trenes franceses parecen hacer el intento de llegar a Irún para facilitar el transbordo, así que en este momento el pobre puente está relegado a un uso puramente mercantil. Por suerte, parece que la SNCF quiere recuperar el nocturno "Paloma Azul" o Lunea París-Hendaya, lo que al menos puede avivar un poco el panorama en dicha estación fronteriza, estancada en el tiempo y sin demasiados viajeros que da casi la misma impresión de desuso que las estaciones de Portbou y Cerbére: en estas el panorama era quizás aún más desolador en ese sentido, dado que ni siquiera las poblaciones a las que sirven, sumidas también en esa decadencia postfronteriza, les dan una mínima actividad de cercanías.


Entre ambos puentes, más cerca del carreteril de Santiago que del señorial puente decimonónico, se encuentra el más modesto pero quizás mejor conservado —que no mantenido— puente del Topo, que cada cuarto de hora pasa dos veces por él, primero cruzando a Hendaya y después de vuelta hacia San Sebastián. No parece que lleve demasiada gente tras la frontera, pero al menos facilita un servicio de trasbordo que las dos compañías nacionales no parecen estar muy interesadas en ofrecer. Éste topo era en realidad el objetivo principal de mi parada en el lugar, pues representaba un valor seguro a la hora de fotografiar alguna circulación allí. No obstante, con un adelanto de varios minutos, llegó una 900 a la estación de Ficoba hacia Amara nada más aparcar, haciendo que la "parada relámpago" prevista fuera alargada una decena de minutos más. Por suerte, el paisaje espectacular que representan estos puentes y el río Bidasoa, frontera natural en sus últimos kilómetros antes de desembocar en la Bahía de Txingudi amenizaron la espera, así como este dichoso tractor de maniobras de la SNCF, una caza verdaderamente inesperada y que me pilló sacando fotos a detalles del puente desde el paseo que hay en la orilla francesa. 


Quién sabe si en un futuro no volverá a estar en auge esta zona, quizás por los aires proteccionistas y estatistas que se vienen respirando los gobiernos ansiosos de manejar nuestro dinero desde hace un tiempo y más gracias a esta pandemia. Esperemos, que en lugar de ese auge del hermetismo, el motivo sea el resurgimiento de los trenes de viajeros convencionales y también del transporte de mercancías por ferrocarril. En fin, estimados lectores y visores, espero que tengáis una feliz navidad y un mejor año 2021 en el que ahora estamos a punto de sellar nuestro pasaporte.


sábado, 21 de noviembre de 2020

Pasando revista a la Imperial


La 355-002 de camino a San Sebastián, 30-IX-2020. Fotografía usada como ilustración en el artículo de Clinnick, R. (21-VI-2021): "Specialist depot for Spanish infrastructure locomotives and trains"; International Rail Journal.

Hace algo más de un mes tuvimos la suerte de ser visitados por la pareja de BT-s de Adif, en misión de reconocimiento por la zona norte, tanto en la línea de Rioja, como en la de Bilbao y en la de Irún. En el caso de estas tierras alavesas y guipuzcoanas, primero nos visitó la 355-002 —llamada en origen “Virgen de las Reyes”, siguiendo la tradición de Talgo de las advocaciones marianas—, y ya después la primera de la serie, llamada “Virgen del Rocío”. Estos prototipos de trenes autopropulsados diésel de alta velocidad y ancho variable fabricados por Talgo a finales de los 90 tienen el récord mundial de velocidad en tracción diésel, habiéndo alcanzado los 256,38Km/h el 12 de junio de 2002 en el Km. 402.2 de la línea Madrid-Barcelona-Francia, tal como rezan las orgullosas calcas que llevan las motrices.

La 355-001 apartada y la dresina de la estación volviendo de sus quehaceres, 7-X-2020.

Escoltados cual deportistas de élite, estrellas de cine, miembros del gobierno o de algún consejo de administración de una empresa del Ibex, por una patrulla de seguridad privada que era a ratos celosa de cualquier acercamiento humano y otras veces más atenta a la conversación entre sus miembros que al objeto de su vigilancia, son la joya de la corona de Adif, usándose algunas veces como trenes oficiales en actos públicos, aunque en general son usados para labores de auscultación. Mientras, la dresina de vía y obras, trabaja entre bambalinas, sin tanta pompa ni boato. 

El autor de las anteriores fotografías y estas líneas retratado por Renfe449 —a quien dedico la serie— ante la 355-001, 7-X-2020.

No me consta ninguna otra circulación de estos curiosos trenes por estos lares, y fue un inmenso placer poder avistar este extraordinario evento; espero que siendo la primera vez, no sea también la última vez que se dejen ver, para disfrute de todos los aficionados de la zona. Este tipo de fotos y momentos son los que, a pesar de todo, han hecho que este fatídico 2020 haya merecido la pena vivirlo. 

viernes, 21 de agosto de 2020

Viaje al centro de la tierra

Desde hace ya unos cuantos años, el verano es de lejos la época del año que menos me gusta. Nunca me ha gustado la playa y tampoco demasiado la piscina. Quizás es porque aprendí tarde a nadar, tenía miedo y algo de asco al agua salada, y pasaba el tiempo rebozándome en la arena, haciendo obras de ingeniería de miniatura, como túneles, murallas, diques de contención, embalses o modestos pozos en busca del agua bajo la arena. Tampoco me gusta pasar calor, prefiero mil veces pasearme por la nieve bien abrigado y sentir el agradable calor de la calefacción que estar cociéndome y aguantar un golpe de frio al entrar en cualquier parte. Tampoco me gusta romper las rutinas que, por simple inercia hacen que haga lo poco que hago. En verano me estanco, me siento inútil y fuera de lugar.

Por suerte este año he tenido la oportunidad de visitar no uno, sino dos yacimientos arqueológicos que, como varias jornadas ferroviarias memorables de los últimos meses, me han sacado de vivir el tedio que suponen para mí todas las horas muertas del casi infinito verano que los estudiantes hemos vivido este maldito año; horas muertas en las que te entran dudas existenciales, nostalgias y crisis que parecen trascendentales pero que desaparecen en cuanto te ves inmerso en algo que te gusta. Primero estuve tres semanas en Ondarre, investigando un fondo de cabaña probablemente calcolítico formado por piedras, que, igual que el balasto de nuestro querido ferrocarril, tenía como objetivo drenar el agua pluvial que el tejado de aquella estructura sería seguramente incapaz de aislar. No fue una campaña demasiado fructífera en cuanto a hallazgos, pero volver a ver a unos cuantos compañeros de clase, conocer a nuevos alumnos de la carrera y celebrarlo bien mereció la pena. Después estuve dos semanas en Deba, en la cueva de Ermittia, donde cribamos tierra sacada en dos catas ilegales y adecentamos un poco su estado, encontrando bastante material, haciendo la experiencia aún más interesante; entremedias, acudí a grabar el alzamiento del menhir de Naparbide, una restauración que quedó bien documentada en vídeo para la posterioridad. En todas esas experiencias, aparte de aprender bastante sobre arqueología, saqué bastantes fotografías y apliqué conocimientos y técnicas experimentales para las mismas, sobre todo y más concretamente la de la fotografía panorámica, la cual ya exploraba con anterioridad pero que ya empiezo a manejar con mayor efectividad.

Teniendo tanto que hacer durante todas estas semanas he dejado de lado el ferrocarril, pero en cuanto he tenido oportunidad he aplicado lo aprendido para obtener resultados de calidad variable pero bastante satisfactorios. El lunes tuvo lugar un modesto pero interesante y agradable viaje al “botxo” en el que me embarqué junto con Iker, artífice de la odisea, e Iván, el invitado de honor. Tiene delito que haya esperado hasta que surgiera este plan para confiar verdaderamente en el transporte colectivo y acercarme hasta Bilbao con intereses exclusivamente fotográficos, pero al fin he superado ese temor a quedarme tirado en una ciudad ajena pasando la noche en la calle cual vagabundo. Iniciando yo el viaje en Beasain me reuní con ambos compañeros en el REX 16001, en el cual venían charlando, o más bien escuchando, al agradable interventor de Media Distancia que alguna vez he mencionado por aquí. Resultó que aquel señor que sembraba pavor a unas chicas de mi pueblo desde que  supuestamente les echó la bronca por exigir el descuento del Carnet Joven tras subir sin billete en Vitoria, aquel interventor tan serio y educado que taladraba los billetes, era Gabi, un verdadero cachondo locamente aficionado al montañismo y al esquí al que desde aquí mando un saludo.



Normalidad en la Estación del Norte, dos unidades de Cercanías estacionados mientras circulan en direcciones opuestas; 17-VIII-2020.


Otro Cercanías, captado desde el puente de Iztueta. 

Al llegar a San Sebastián aprovechamos para sacar unas cuantas fotos tanto en la Estación del Norte como en el puente de Iztueta, que conecta Gros y Egia y que espera inexorablemente su escrito destino de caer bajo la piqueta. Tras ello, cruzamos el ensanche donostiarra hasta el barrio de Amara, donde se yergue aún la estación de Euskotren, construída a mediados de los 80 y con un incierto destino. Pronto esta estación de culo de saco será sustituida por la pasante, el hasta hace un tiempo llamado Metro Donostialdea y hoy día afortunadamente llamado oficialmente TOPO, llamado así en homenaje al tradicional apodo popular que recibe el ferrocarril de vía estrecha que casi sin descanso desde 1912, conecta por medio de numerosos túneles y no pocos viaductos San Sebastián con Hendaya. Sin duda y como demuestran tantos casos, es la vox pópuli quien mejor bautiza cualquier cosa. Ahora se ha puesto de moda bautizar “oficialmente” desde las instituciones las estaciones y en general obras públicas como si de aeropuertos americanos se tratasen, eligiendo un nombre concreto y a veces añadiéndole el nombre de un político —como si hubiera políticos que de verdad merecen ser homenajeados de semejante manera— y  dejando de lado otras formas de la tradición oral o la historia, pasando a complicar y prostituír algo tan puro como la toponímia. Seguramente la Estación del Norte (o de Atotxa) de Donostia-San Sebastián será ahora simplemente  “Atotxa”, y quizás dentro de un tiempo “Atotxa Odón Elorza”, como Bilbao-Abando es ahora “Abando Indalecio Prieto” (oscuro personaje). A ver cuándo se bautizan los aeropuertos vascos, propongo que sean “Loiu Patxi López”, “Foronda Carlos Garaikoetxea” y “Hondarribia Juan José Ibarretxe”, que bautizarlos así da muchisísimo caché, notesé la ironía.


La 927 "Bilbao" fuera de servicio y la 907 "Hendaia" procedente de Lasarte estacionadas en la playa de vías de Amara. Fotografía publicada en el número 325 de la revista Hobbytren, correspondiente al mes de octubre de 2020.

La 917 "Abadiño" y la 911 "Zumaia" esperando para salir hacia Bilbao y hacia Hendaya.

Pues bien, allí en Amara, tras un buen rato decidiendo si pararíamos en Zumaia o Deba a comer, tomamos partido por la segunda localidad, ya que a pesar de tenerla Iker y yo bastante vista —no así Iván—, la localización de su estación es inmejorable y Deba es mucho Deba. Tomamos un trago en la cafetería Topobide, y, aunque estuve tentado de acercarme al TOPOgune, una especie de centro de información sobre el TOPO —lo cual es habitual en ETS/RFV y Euskotren, hay puntos de información también sobre las obras del tranvía de Vitoria— el tiempo apremiaba y no tardamos mucho en acceder al andén, para, habiendo sacado unas cuantas fotos, partir a “equis” menos diez, como todos los trenes a Bilbao, rumbo a la localidad costera. El recorrido, que tras salir del túnel de Lugaritz deja ver paisajes cada vez más verdes y naturales a medida que se acerca al Oria y a su desembocadura, fue muy ameno, viendo de por medio muchos de los lugares descritos por José de Arteche en “Mi viaje diario”, una lectura más que recomendable. Así pues, poco a poco llegamos a Deba, donde nada más llegar, tras encontrarnos con un educado vigilante de seguridad que invocó el Protocolo Antiterrorista de 2005 (por el cuál según él, Euskotren impedía la práctica fotográfica en sus instalaciones en el Reglamento). Yo, que ya leí sobre el tema, argumenté que nuestra fotografía era definitivamente doméstica, por lo cual el artículo 3.8 no nos coartaba la libertad de fotografiar lo que nos placiese, aunque no pusimos mucha resistencia y nos dispusimos a buscar un bar con alimento de suficiente sustancia como para saciarnos, aunque a mí me hubiera valido con un crianza que me saciase la sed. No fue tarea fácil, ya que a partir de las 2 las cocinas parece ser que se centran en servir platos y dejan de lado los bocatas. Tras encontrar un local que cumpliese dicha condición y almorzar, remontamos unos cientos de metros el río Deba para sacar unas cuantas fotos a las 900 y 950 que nos pasaron por el paisaje salpicado de caseríos y árboles de la carretera de Mendaro en la salida de la villa.

Las 900 en uno de los innumerables paisajes que recorre la línea San Sebastián-Hendaya.

Cuando estuvimos satisfechos, volvimos a la estación pudiendo observar una situación bastante tensa. Un individuo de unos 40 años de edad, no sabemos si tocado del ala o bajo los efectos de alguna sustancia, fue recriminado por los agentes de seguridad y algunos viajeros por llevar la mascarilla bajo la nariz. Tras discutir la situación y verse obligado a subirse el bozal, el cual se le caía constantemente, pegó un puñetazo a la pared intentando mitigar su frustración. Empezó a dar vueltas por el andén de una forma estresante, soltando de vez en cuando una patada a una pobre papelera que ninguna culpa tenía, lo cual atraía cada vez más la mirada de todos hacia él. Mientras andaba, se le caían los pantalones, por lo cual una señora le dijo que tuviera un poco de decencia y se los atase. El hombre no se tomó muy bien aquello y se arrimó a la señora para responderle algún que otro improperio, justo cuando vino el tren. La señora lo mandó a tomar viento y nos subimos todos al tren, incluido el alborotador cargado con una enorme mochila y una tablilla de surf. Al ver que empezaba a discutir con más viajeros, tanto los vigilantes de seguridad y municipales, que montaron en el convoy más a meter cizaña que a apaciguar los ánimos, como una empleada de Euskotren, pidieron amablemente al individuo que abandonase el tren, quedándose a discutir con él en el andén mientras nosotros salíamos de la estación con un par de minutos de atraso. 

Pasamos del paisaje costero de Zumaia y Deba a los valles de interior donde se sitúan los apabullantes paisajes industriales de Eibar y alrededores, de allí pasamos a la bucólica paz de Berriz, pasamos por los talleres de Lebario donde vimos las 2000 de EuskoKargo y el Trenbiker, pasamos por el modernísimo tramo soterrado de Durango y por otro tramo cerca de Galdakao lleno de postes de la electrificación de 1929… la vía estrecha y sus contrastes. Al final llegamos a Bilbao: pensabamos llegar hasta Matiko, actual final de la línea que jubiló a Atxuri, pero como no teníamos tiempo de sobra nos bajamos en Uribarri; deberíamos habernos bajado en Zazpikaleak, pero ciertamente no habíamos reparado en ello hasta llegar. Salimos a la superficie por unas escaleras mecánicas y viendo que estabamos a la par de la chimenea del parque de Etxebarria, en los barrios altos, bajamos a nivel de la ría, encontrándonos otra entrada de la estación de Uribarri que nos hubiera ahorrado la vueltecita. Ya abajo, pasando junto al Ayuntamiento, nos adentramos en el ensanche, en busca de las dos principales estaciones tradicionales de Bilbao que siguen prestando servicio a día de hoy, La Concordia y Abando. Por allí anduvimos fotografiando todo lo que se podía y coincidimos con un antiguo vigilante de seguridad de la estación de Vitoria, Javier, que presta ahora sus servicios en la planta comercial de Abando.

La unidad 407 del tranvía de Bilbao rueda en dirección a La Casilla bajo la atenta mirada de Don Diego López V de Haro por la Plaza Circular. En la panorámica se pueden observar el edificio Terminus (1894), diseñado por Severino Achúcarro, arquitecto de la Estación de La Concordia; la Estación de Abando (1948), diseñada por Alfonso Fungairiño, y la Torre del Banco de Vizcaya o Torre Bizkaia (1969), diseñada por Enrique Casanueva, Jaime Torres y José María Chapa, que con 88m fue el rascacielos más alto de Bilbao tras la Torre Bailén y fue destronada por la Torre Iberdrola, siendo restaurada recientemente recuperando su color rosado original.

Fotografía publicada en el número 325 de la revista Hobbytren, correspondiente al mes de octubre de 2020.


 La 3601 sale de La Concordia con destino La Calzada. Junto a la estación se yergue la citada Torre Bailén (1946), primer rascacielos de Bilbao con 43m de altura, diseñado por José María Chapa y Manuel Ignacio Galíndez.


La 401 en dirección La Casilla estacionado en Euskalduna con la Torre Iberdrola (2012) al fondo. Diseñada por César Pelli, mide 165m de altura.

Viendo que el tiempo menguaba cada vez más rápido, y así lo hacía también la luz del sol, decidimos poner rumbo hacia la Termibus, siguiendo la ría y las vías del tranvía. El paseo, de una belleza sublime, nos llevó junto al Guggenheim, ante el que no nos detuvimos demasiado a pesar de la atención que reclaman las sugerentes formas del edificio y la inesperada y fresca bruma que salía del estanque que lo rodea. Sí que nos detuvimos junto al puente levadizo de Deusto, inaugurado en 1936 y en servicio regular  hasta 1995. Recordaba haberlo visto levantado alguna vez, aunque puede que fuera fruto de mi imaginación infantil cuando mi padre me lo explicó la primera vez que estuve allí, mirando su maquinaria a través de los barrotes; la última vez que se levó fue en 2008, cuando se levaba en ocasiones especiales, y desde entonces, la falta de mantenimiento ha hecho que no sea posible que sus tableros se alcen de nuevo. Guardo la esperanza de verlo alzado de verdad alguna vez, aunque a este paso será tan imposible como ver el puente móvil de Treto girar sobre sí.

Al fin, llegamos a la terminal de autobuses. El local de entrada, aún en obras, no hace justicia al interior, completamente en servicio, de estilo sobrio y conservador dentro de lo moderno, un lugar  agradable dentro de lo que cabe. Llegó la hora de despedirnos, todos partíamos a las 20:00, sin embargo servidor tuvo que esperar media hora más por culpa de su ignorancia y de la incapacidad de la empleada de la ventanilla de Pesa para explicar correctamente el funcionamiento de compra de billetes de autobús, o más bien de percibir lo perdido que estaba uno pensando que podía pagar con la Mugi directamente. En el viaje inverso pasé por debajo de la cueva de Ermittia, donde estuve las anteriores dos semanas excavando, pasando por el túnel de la A-8 que provocó el hundimiento de una de las galerías de la cueva y dejando en su lugar un socavón de enormes dimensiones. Llegué a la moderna estación de autobuses de San Sebastián bajo el xirimiri que mojaba el suelo pero nada tuve que mojarme para resguardarme en la vieja Estación del Norte, casi vacía de noche hasta que poco antes de llegar el Cercanías se fue llenando el andén de la vía 2. Al poco de subir, unos viajeros musulmanes que andaban sin mascarillla comentaron algo de “mazcarela hamalahamala Auschwitz”, comparando el sometimiento de llevar la mascarilla a lo sucedido en el campo de concentración. En Hernani subió un joven, de origen musulmán también, que de forma muy modosa pidió a uno que se estaba liando un porro si tenía un poco más para darle para fumársela a la noche, a lo cual el hombre respondió lo de siempre, que era el último, que conseguir hierba estaba difícil para todos… el hombre se bajó en Urnieta, saludando al chaval de forma compasiva, y el chico continuó el viaje cabizbajo hasta Tolosa Centro, donde bajó junto a los de la “mazcarela”, los cuales bajaron atropelladamente tras preguntar al chico dónde estaban, despistados por la oscuridad de la noche y el silencio de la megafonía de la 446 recién llegada de Bilbao. Uno de ellos se dejó la mochila, que intenté entregar al personal de la estación de Tolosa, pero al no haber nadie tuve que resignarme a dejarla en la puerta de la cabina del maquinista, donde si no era ese día, al día siguiente tendría que ser vista. 

Un usuario del núcleo de Cercanías de Gipuzkoa viaja en dirección a San Sebastián durante la fase 1 del desconfinamiento ataviado con mascarilla, de uso obligatorio en los trenes y estaciones. Mientras, lee el número 29.112 del El Diario Vasco, el “Decano de la prensa Guipuzcoana”, correspondiete al 21 de mayo de 2020. Legible en los titulares: "Estado de alarma, día 68: Las mascarillas son obligatorias si no se puede mantener la distancia de seguridad"

Llegué al filo de las 23:00 a casa, contento por una jornada tan bonita que sin duda habrá que repetir alguna vez. Días como este ha habido bastantes este verano, y lo han salvado sin duda alguna. 

lunes, 29 de junio de 2020

Camino al exilio

 En el corriente número de la revista Hobbytren se publica un articulo que orgullosamente firmo titulado “Estación del Norte de San Sebastián: desafío al patrimonio industrial ante la llegada de la alta velocidad”, tratando el tema evidente. Quién sabe qué pensaría aquel niño rubio que era yo hace más de 15 años, a quien su “abuela postiza” Mª Carmen compraba revistas ferroviarias en el por entonces añejo kiosco de Jon en Beasain, si le dijeran que más de una década después algunas de sus fotos e incluso un artículo aparecerían en una de aquellas revistas que tanto le fascinaban y que tanto le costaban elegir de entre las tantas colgadas en aquel añejo escaparate… quizás le sorprendería más ver su firma en las fotografías, y más precisamente si alguna lo hiciera en la de portada, que era lo único a lo que reparaba aquel niño en sus momentos de minuciosa selección y posterior lectura, aunque por la misma regla de tres tampoco hubiera reparado en el autor de la fotografía. También se sorprendería de saber que conocería compañeros que le ayudasen y aconsejasen, que complementasen con sus fotografías su escrito… o que incluso, cumpliéndose los posteriores augurios de su padre, que lo animaba diciendo que en algún momento conocería a gente con la que compartir esta afición, conocería también a los autores de la brillante fotografía de portada y de una de las contraportadas del número, Iván e Iker. Se sorprendería de tantas y tantas cosas… mejor dejemos a aquella criatura que disfrute de su concienciosa y feliz lectura mientras se dirige a la estación de Beasain, donde durante la espera al cercanías que lo llevaría de vuelta a casa pasarían ante sus ojos 269’s taxi con infinitos portacoches, tandems con MegaCombis y 440R’s. 


Pero volviendo de las ensoñaciones y los recuerdos, tratemos el tema concerniente a la fotografía de hoy. Ayer circuló la noticia de que, a raíz de la compra de 36 coches de la serie 2000 -junto con otros 15 coches variopintos, 6 10000, 6 9600 y 3 9000- por parte de los CP, se iban a trasladar 18 de los apartados en Plaiaundi a Vilar Formoso. Tal composición, encabezada por una 253, la 060 para ser exactos, iba a ser sin duda algo digno de ser visto, y, viendo que el día amanecía nublado, he decidido acercarme a la estación de Legorreta, donde la longitud de su playa de vías daba sin duda sitio de sobra para que el largo tren entrase completo. Allí, hacia las diez de la mañana, me he encontrado con Nabor, mi fiel y longevo amigo billabonatarra. Tras ver pasar el Teco a Abroñigal arrastrado por la 253-096, que mi compañero no ha podido captar, en el siguiente cercanías a Irún ha llegado otro compañero, el beasaindarra Beñat, y tras esperar un buen rato siguiendo el rastro del tren por medio de varios avisos, al fin, la megafonía anunciaba el paso de un tren sin parada. Apelotonados como podíamos, uno detrás del otro, y aguantando la ligera llovizna, hemos admirado y captado el paso de esta dichosa circulación. 

Tras ello, Nabor y yo nos hemos dirigido al encuadre del paso superior que se situa en las inmediaciones de Cerio, encuadre que descubrí medio año antes cuando acompañé a Iker a captar un largo portacoches remolcado por un par de Traxx. Allí, al poco de aparcar el coche y empezar a remontar la cuesta que lleva al punto álgido del puente, ha aparecido otro vehículo, del que han bajado dos A.F.N.I. (aficionados al ferrocarril no identificados). Tras colocar las cámaras en posición y relajarnos por la información que nos llegaba de que el tren aún iba por Legazpi, me he acercado a advertirles que estuvieran tranquilos, que aún faltaba bastante; sin embargo, estaban mejor informados que yo y me han respondido que en realidad acababa de pasar Araia. Además, Vladimir, que en compañía de Andrés estaba esperándolo en Ezquerecocha, me ha avisado al poco de su paso, así que no he perdido mucho el tiempo y me he quedado ya alerta junto a la cámara. 

Al poco rato el tren ha hecho acto de presencia y hemos podido fotografiarlo a nuestro gusto, tras lo cual el otro par de aficionados se ha marchado, seguramente a perseguirlo a lo largo de la línea. Nosotros hemos tomado la dirección contraria y hemos ido camino al viejo apeadero de Bakaiku, a investigar un poco. Allí nos ha pillado por sorpresa un portacoches en dirección a Lezo remolcado por la 253-047, tras lo cual hemos vuelto a casa por el puerto de Otzaurte, pues pensábamos que el accidente de un camión que se ha empotrado contra la mediana a la altura de Idiazabal habría colapsado la N-I en la calzada descendiente del puerto de Etxegarate. 

Sin duda es una lástima que estos coches tengan que buscar un futuro mejor en el extranjero, pero es preferible a que se pudran aquí. De todas formas probablemente los volvamos a ver en un futuro sirviendo trenes como el Surexpreso u otros servicios posibilitados con la liberalización, de la cual se aprovecharán las empresas ferroviarias públicas de ámbos países vecinos -sea justo o no-; los franceses con la mira puesta en la Alta Velocidad, y los portugueses puede que, más discretamente, en el ferrocarril convencional. Como acérrimo liberal que soy, solo espero que los nidos de políticos inútiles enchufados e inútiles que son las directivas de Renfe, Adif y el Ministerio de Fomento se hundan en la miseria por no mirar más que por llenarse sus propios bolsillos a costa de los demás. La esperanza es lo último que se pierde, pero como nos lo demostró el desaparecido Arco, basta que esperes algo, como que un tren aguante un año más sobradamente, para que pase lo contrario.

Dedicada a Nabor, por subir tantas veces Etxegarate conmigo y en espera de subir muchas más.

viernes, 22 de mayo de 2020

Desde las alturas


La 251-004 arrastra el bobinero Trasona-Irún a su paso por el viaducto de Ormaiztegi, 14-V-2022.

Desde la tala del pinar que tapaba estas vistas, he intentado aprovechar lo máximo posible este encuadre, aunque muchas veces las circulaciones pasan con luz justa o mala por atrasarse, las nubes abren claros... como en cualquier otra parte, pero en este lugar especialmente no he tenido demasiada suerte, y por cosas como esa me quedé sin fotografiar el Arco desde allí. Esta vez tuve suerte, pues tanto la luz como el tren vinieron como debieron, sin embargo, los caprichos de mi vieja Canon hicieron que la foto no estuviera enfocando el frontal sino el lateral. También hay que mencionar que el cielo tuve que pegarlo después por edición, puesto que con el Yognuo de 50mm el ángulo era insuficiente para encuadrarlo: el resultado al menos me satisface, que eso es lo más importante.


Un Cercanías atraviesa el viaducto de Ormaiztegi en dirección a Irún.

La tradición de plantar Pinus insignis es endémica ya desde hace décadas en casi todo el Norte de Euskadi y el noreste de España, en contraste con la tradición eucalíptica del noroeste. Sin embargo, este tipo de plantaciones forestales ya no son tan rentables para los caseros terratenientes como en la época de las papeleras de Oria, que fueron cerrando sus puertas la pasada década. Aún así, siguen siendo una opción válida de inversión y aprovechamiento de los terrenos. De todas maneras, cabe mencionar que estos pinos, procedentes de América si no me equivoco, acidifican y empobrecen poco a poco la ya de por si ácida tierra en la que se plantan, traen plagas como la de las orugas radiata... una buena medida para contrarrestar estos efectos sería replantar algunos de estos terrenos deforestados con especies locales, entre las que destacaría el Quercus robur, el roble. Al ser acidófilo, se adaptaría fácilmente a las adversas condiciones, daría madera de calidad, y con la materia orgánica que desprenden de sus copas vuelven a enriquecer el sustrato; pero, en su contra, tardan mucho más en alcanzar su total crecimiento, haciendo que la rentabilidad de la inversión se diluya en el tiempo, sea más arriesgada y al final se opte por especies de ciclo más rápido y menor calidad para labores industriales, siendo este el caso del pino concretamente.
 
Conociendo el ciclo corto de estos pinos, seguramente se dejará descansar el solar por un par de años como mucho para replantarlo otra vez y ser talado de nuevo cuando el pino se haya desarrollado del todo, alrededor de 25 años. Así que quien quiera tomar fotografías de esta guisa, no puede esperar demasiado. ¡al menos si no quiere quedarse sin ellas!


Esta fue otra de las primeras fotos post-confinamiento que tuve oportunidad de sacar, después de subir a trompicones al encuadre tras acabar, con más pena que gloria, un examen online de Historia Antigua: El 310-059 con el herbicida de Comsa, regando las vías a su paso por el puente de Ormaiztegi en dirección a la frontera, 26-V-2022.
Fotografía publicada en el número 325 de la revista Hobbytren, correspondiente al mes de octubre del año 2020. 

lunes, 11 de mayo de 2020

Brotes verdes


Al fin, tras tanto tiempo encerrados en una confusión generada por tantos aplausos, boletines oficiales, comparecencias, eufemismos, murciélagos y pangolines, subvenciones, tecnicismos médicos, clases virtuales, colas en los supermercados, mascarillas y guantes, policías de balcón, inconscientes e incívicos, vídeos de enfermeros y ataúdes bailongos, mentiras y medias verdades, comienzan a devolvernos a plazos nuestra tan ansiada libertad en un proceso al que han decidido llamar “desescalada” y el cual nos lleva de camino a la “nueva normalidad” en la que la situación no parece demasiado alentadora; al menos parece que por el momento tenemos el consuelo de que iremos recuperando poco a poco la libertad de ejercer nuestra afición. Durante estos meses de un dichoso confinamiento esponjado y monótono, endulzado por los numerosos postres y los buenos recuerdos, saciado por el pan casero y las buenas viandas, embriagado por el vino tinto, la sidra y el whisky añejo y amargado por el café y los pensamientos de una mente inquieta, he podido comprobar que la mayoría, si no todos, hemos seguido disfrutando de este nuestro hobby de una forma diferente, embarcándonos en proyectos novedosos, limpiando fotos de archivo, escribiendo, investigando, viendo pasar los trenes desde el balcón... en fin, que quienes vivimos amando a algo o a alguien no lo abandonamos de nuestro pensamiento jamás, y recurrimos a ese refugio de su recuerdo como sedante en nuestros peores momentos. Algunos, quizás, se hayan dado cuenta ahora de que no se valora lo que se tiene hasta que se pierde, o quizás sigan inmersos en una burbuja; yo, desde pequeño, siempre he sido de los que intentan valorarlo todo lo más positivamente posible aplicando distintos puntos de vista para adaptarse más fácil a todo; tanto es así que he llegado hasta a engañarme a mí mismo, haciéndome creer que tener X, hablar con Y o hacer Z era lo más, o que tal o cual cosa era de una importancia menor, a pesar de que creer todo aquello no me aportase más que un falso sosiego y puro conformismo en realidad: ahora, también algunos nos damos cuenta de cuán superfluas son algunas cosas a las que damos una extrema importancia normalmente.

Como podréis observar el aburrimiento y las noches en vela de la cuarentena me han dado mucho en que pensar, quizás demasiado: mi mente es a veces, como quizás lo sea la vuestra, una cadena de pensamientos que abarcan desde recuerdos vergonzosos, errores, planes de futuro, preocupaciones del día a día… los cuales se concatenan y alargan hasta el infinito, de tal manera que termino durmiéndome de puro hastío, pero esto es peor cuando como en esta ocasión, la rutina se rompe y la mente, desocupada y ociosa, queda en un limbo de constantes pensamientos estériles e incluso perniciosos durante días. Por suerte estas últimas semanas he vuelto a tomar el control de mi cabeza, pero hay veces que esta situación, a la que vuelvo casi cada noche, hace que mi mente no pueda descansar: en la mañana del pasado jueves, madrugando casualmente por haber dormido poco y mal de tanto pensamiento involuntario, recibí el aviso de esta curiosa circulación de la 253-045 en dirección a Pamplona, tras lo cual no dudé en salir de mi domicilio a dar un paseo hacia el puente mientras de entre los pinares levantaba la niebla. Dicho paseo entraba en mis derechos como habitante de un pueblo de menos de no recuerdo cuántos habitantes y a menos de un kilómetro, así que no tuve de qué preocuparme, y menos dada la escasa o casi nula presencia de gente en esa zona. No era el primero de mis paseos postapocalípticos, pues salí a la caza de la 251-004 también el pasado lunes con un resultado infructuoso: vino más tarde de lo esperado y tenia que acudir a una clase virtual.

Al llegar al más que conocido encuadre del puente, parecía que recientemente la brigada de mantenimiento había colocado material de obras a ambos lados de las vías para renovar el pequeño canal que recoge las aguas pluviales junto a la vía de Madrid. Lo que estaba a punto de ver no dejaba de ser una 253 aislada, pero, además del tiempo que llevaba sin sacar una mísera foto a un tren, vaya con la 253… creo que no se ha visto en años una 253 tan limpia como esta, lo cual, en parte, es bastante triste, ya que representa el nivel de desidia que alcanza la compañía con su propia imagen, y aún peor, el incivismo que practican muchos “tontos del bote”, del bote de spray. Recibió, con motivo de la visita del Tren de Noé a España una obra de arte de concienciamiento ambiental que rueda por el mundo en un convoy de 200m de contenedores unas pequeñas modificaciones en su decoración, unas briznas de hierba en las esquinas incluyendo el lema “transporte sostenible”, en un intento por parte de Renfe de aprovechar la ocasión para limpiar su imagen, aunque quienes la conocemos de verdad sabemos que, a pesar de ser el transporte ferroviario muy sostenible, la empresa anda ahumando la catenaria de forma innecesaria por su mala cabeza, controlada siempre por primos y sobrinos del político de turno. Sin embargo, dejando de lado la hipocresía, da gusto ver lo mimada que está esta locomotora desde que recibió este engalanamiento, que algunos creímos temporal pero que por suerte se ha perpetuado.

No es la primera vez que circula por estas tierras, y probablemente tampoco la segunda y mucho menos la última, pero sí que es la primera vez que posa ante el objetivo de mi cámara, aunque se haya hecho de rogar, embobándome de tal forma que se me olvidó sacarle una foto de cola... esperemos que siga tan guapa como entonces la próxima vez, que esperemos que sea en un ambiente más normalizado.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Nobleza

Con todos los escándalos que últimamente rodean a la Casa Real y la corona, envuelta también en la epidemia mundial en la que estamos inmersos, la única que se salva de las dudas sobre su nobleza es Su Majestad la Reina de Renfe. Siempre vestida con sus mejores galas presume de su aristocracia mientras trabaja sin cesar, como los humildes hidalgos campesinos de las provincias dotadas de hidalguía universal, que de nobles solo tenían su consideración como la parte más baja del estamento; pero parece que, a pesar de su humildad y buen hacer, se le ha pegado alguna de las malas costumbres de la más alta nobleza, pues lucía un "ojo morado" a pesar de haber pasado revista hace no mucho. Qué se le va a hacer, es la Reina a pesar de todo...



Aquí la vemos arrastrar un balastero a Caparroso procedente de San Felices a su paso el 22 de febrero por Vitoria, ciudad por donde días antes de la toma de la fotografía se paseaba Urdangarín del brazo de la Infanta Elena; el autor de la misma sólo conoce la realeza de la mano de esta máquina y de participar como Gaspar en la cabalgata de los Reyes Magos, y sin ninguna duda se queda con este tipo de majestades, las cuales deberían abundar un poco más.


Unas horas después, aislada hace el recorrido a la inversa hasta Miranda, pasando junto a la vieja aguada de Norte. Debajo, cumpliendo con el mismo servicio, la vemos el 14-II-2020, día de San Valentín.


Esta locomotora, que conserva la librea original gracias a una solicitud de la Asociación de Amigos del Ferrocarril de Gijón prodigiosamente aceptada por Renfe, fue fabricada en las instalaciones de la valenciana Materiales y Construcción S.A. (MACOSA) bajo licencia de Mitsubishi Electric Corporation (MELCO) y en colaboración con Westinghouse España S.A. (WESA) y General Electric España (GEE) durante 1983, junto con el resto de su serie (de las cuales 2 fueron importadas de Japón, 10 construidas en la ya mencionada MACOSA y otras 18 en Construcción y Auxiliar de Ferrocarriles (CAF))  y algunas milagrosas excepciones de la serie 269 que aún circulan en manos privadas y que por el momento mi mala suerte no me ha permitido captar de forma honrosa, forma parte del último bastión de aquella generación de locomotoras de tecnología y estética japonesa que desde mediados de la década de los 60 circulan por territorio nacional. No nos queda más que intentar que esta locomotora deje de ser una excepción en cuanto a recuperación de libreas y desear larga vida a la vieja guardia japonesa: God Save the Queen y a su séquito, aunque teniendo en cuenta su origen, quizás sea más correcto llamarla Emperatriz... 

martes, 17 de marzo de 2020

En cuarentena

Tras unos meses de un parón solamente interrumpido hace unas semanas por el fin de los coches convencionales en España, habiendo estado sin subir ni una mísera fotografía por estar ocupado y algo desganado, por qué no decirlo, vuelvo a las andadas a raíz de esta cuarentena histórica que nos ha tocado vivir a causa de la pandemia creada por el virus SARS-CoV-2, el ya más que célebre coronavirus, y la enfermedad que causa su presencia en el organismo, el COVID-19, la cual sin duda conllevará y está generando consecuencias sociales y económicas que hasta dentro de un tiempo no podremos entrar a valorar en profundidad, aunque tanto los datos demográficos y estadísticos de la enfermedad como el pánico en el IBEX-35 y el resto de parqués de Europa y el mundo, la inestabilidad política y la cuestionable inacción del gobierno nos dan una idea de la que se nos viene encima, aunque no hay que irse tan alto para apreciar estas cosas, puesto que vivimos en nuestras carnes, aunque a una escala más pequeña, las consecuencias de tan indeseable adversidad; no hay más que ver los supermercados y la curiosa sobredemanda de papel higiénico, las calles desiertas, negocios cerrados (algunos ya casi obligados por la policía), fábricas con la producción parada o a medio gas e insensatos que hasta el último momento celebraban el estado de emergencia en joviales reuniones sociales en bares o con un  improvisado turismo, focos sin duda de posibles contagios. Viendo todo esto, la situación no parece para nada halagüeña. 

Al estar recluído en casa desde el jueves, día en el que al fin me conciencié de la gravedad de la situación, he tenido tiempo de dedicarme a estudiar, ver películas y evadirme del ambiente apocalíptico que transmite la televisión (que para un rato está entretenido y más para un futuro historiador, pero al final uno se cansa) he decidido retomar mi hábito de escribir parrafadas rememorando placenteras jornadas ferroviarias que espero no tardar mucho en poder repetir; comenzaré por ésta en Miranda el día 27 de diciembre del pasado año, la cual tenía medio escrita en algunos retazos que hoy he terminado de unir, completar y retocar para que estuviera todo listo y que quien quiera usar este tocho como solución momentánea a su aburrimiento  (cosa de la que me enorgullecería si es que os resulta efectivo) no se encuentre ninguna errata. Antes de comenzar, quisiera desearos a todos, tanto a vosotros como a vuestras familias, una llevadera cuarentena y una inmejorable salud; agradecer su esfuerzo a todo el cuerpo sanitario, que en la adversidad siempre muestra su valía y competencia y transmitir mi apoyo a los trabajadores, tanto ferroviarios como del resto de sectores que en esta situación continúan estoicamente su labor; y, en fin, transmitir un mensaje positivo, de esperanza y de buen augurio, que aunque las circunstancias las pinten pardas la humanidad es fuerte y volveremos a resurgir, podremos volver a la vida normal y a disfrutar de nuestra afición, a gozar de la compañía de quienes más queremos y apreciamos, y en definitiva, volver a ser libres y a vivir, no sin antes cumplir con nuestra responsabilidad de quedarnos en casa y no propagar más el virus.  

Aquel 27 de diciembre monté, como acostumbraba a hacer hasta hace unos meses, en el Regional Exprés, REX o RE 16000, el “Lehendakari”, que efectúa parada en el apeadero de Ormaiztegi a las 7:00, una hora redonda, servido por cualquier “vieja confiable” 447 PMR, que llega a Vitoria casi siempre puntual a excepción de algún que otro día en el que las condiciones climáticas adversas hacen mella a tan buen servicio. Aquel día, a causa de las bajas temperaturas que hacían descender el nivel del mercurio a valores negativos, la unidad al cargo, la 447-267, venía de entre la niebla con el pantógrafo echando chispas. Monté, también como de costumbre, en el primer coche de la composición, en el que no iban más que una chica bajita de pelo corto de cuya presencia no me percaté hasta que se bajó en Zumarraga y un joven limpiador de estaciones, ataviado con unos auriculares, acompañado de una fregona y su correspondiente cubo que se balanceaban a cada curva del maleado trazado ferroviario y con una cara bastante animada a pesar de la temprana hora en la que debería iniciar la jornada en la gélida y oscura Brinkola. Mi mente ya estaba celebrando el “simpa” que me iba a marcar, pues estaba seguro de que siendo un día de tan pocos viajeros el personal de intervención no haría acto de presencia en el convoy, cuando de pronto, poco antes de llegar a Legazpi, se abrió la puerta del intercambiador, sobresaltándome. Era, evidentemente, el interventor; no uno cualquiera, sino uno de los habituales en el 16000, y sin duda el más elegante de todos, de figura alta, esbelta y un poco encorvada, de poco pelo y cano, semblante serio pero amistoso, gafas, y siempre con un chaleco bajo el habitual traje, lo cual le da un plus de elegancia que sin embargo, bajo mi punto de vista, le quitan los pequeños pines que lleva adheridos a la solapa izquierda de la chaqueta. Mientras me cobraba los 6,70€, le pregunté si a ellos no les habían cambiado el formato del billete como a los de Media Distancia, a lo cual contestó que no, por ser aquel tren “una mezcla entre un Cercanías y un Media Distancia”.


Esta pregunta venía a raíz de lo sucedido en el viaje en el 18063 de dos semanas atrás, día 13 de diciembre, en el que en lugar de un interventor vinieron dos. Justamente aquel día un camión se empotró en Ziordia contra el muro que separa dos de las vías de comunicación más importantes del país, la Nacional I (A-1 en la actualidad, la vieja carretera de Francia desde siempre) y el ferrocarril Madrid-Irún, el viejo Ferrocarril del Norte, que cubren, salvando las diferencias, el mismo trayecto casi desde hace siglos. Me senté en un asiento cualquiera a mitad de una ventana, pues las mesas ya estaban ocupadas y pensé que quizás la limitación temporal seguía vigente, pues la dresina de Vitoria, que acudió en lugar de la de Alsasua, las cual yacía impecable pero estropeada en la vía de Correos de la estación de la capital alavesa, debía seguir trabajando para arreglar el estropicio o poco le faltaba por terminar, y el 449, que venía con unos cuantos minutos de atraso, seguramente aminoraría su marcha, con lo cual podría lograr grabar algo interesante apoyando allí mi teléfono. Cuál fue la sorpresa cuando de pronto una señora de edad mediana me pidió que le cediese “su asiento”, pues así lo decía su billete. Yo, a pesar de no tener inconveniente en dejar la plaza libre, le indiqué que en los trenes de Media Distancia el número de plaza no tiene ninguna relevancia y menos entonces que el tren iba vacío, a lo cual me respondió, con un ligero rintintín, que “sabía a lo que me refería, pero que de la misma forma que ella podía sentarse en cualquier otra plaza, podía hacerlo yo”. Sin discutirlo mucho, mientras uno de los pocos viajeros del coche decía con su bozarrón en tono amistoso y conciliador, con una risa al final a la que me sumé yo también dándole la razón: -¿Qué más da? ¡si el tren va vacío y no hay más que sitio!-me adelanté una fila, donde la forma curva de la ventana dificultaba poner a grabar el móvil. Pues bien, resumiendo, pues no hay mucho más que contar, ya que lo grabado no mereció la pena, aquel día primero hizo su trabajo uno de los interventores, y al venir el otro la señora de la poltrona casi se ofendió y saltó a la defensiva cuando el segundo interventor le solicitó su billete para una prueba. Resulta que habían cambiado el formato de los billetes y el software de los artilugios de validación e impresión que se usan habitualmente, dando lugar a problemas en el cobro por falta de cobertura en diversos tramos y cosas por el estilo. Uno de los interventores, de pelo gris y más enterado y experimentado en el asunto, iba ayudando a otro calvo y algo más jóven. En una de estas pruebas imprimió una copia de un billete de Alsasua a San Sebastián con tarifa de Tarjeta Dorada (5,9€), que adjuntaba un gran logo de Renfe Viajeros en el encabezamiento y un código QR de gran tamaño debajo. Al terminar el experimento, tras enseñarle el resultado a su compañero, hizo con él una bola y la tiró al asiento frontal de la mesa en la que estaban. Después, al pedirme mi billete para otra prueba, le pregunté si habían cambiado el formato de los billetes y si me podía enseñar el nuevo, y me contestó amablemente explicándome el problema y me dio el billete, que “aunque estaba bastante arrugado” ahora conservo en mi colección bien planchado. 

Volviendo al 16000, ya en Brinkola, a una temperatura de -3º, se empezaron a notar los estragos del frío, pues la 447 ya empezaba a tener pequeñas dificultades para retomar la marcha. A la entrada de Alsasua, a medida que la unidad perdía velocidad para efectuar parada en la estación navarra, los chispazos del pantógrafo eran cada vez mayores, y la unidad se apagó en un momento dado, dejándonos a oscuras por unos cortos segundos. Al salir, no sin dificultades, las chispas iluminaban la playa de vías. El grado bajo cero en Araia fue la gota que colmó el vaso, y el tranvía, ya cansado y nervioso bajo la atenta mirada del factor de circulación que vigilaba desde el amplio ventanal del que dispone en la estación, se apagó tres o cuatro veces antes de iniciar una endeble marcha que terminó unos cuantos metros más allá, delante de la nave de Valcarce, donde la unidad cayó derrotada y estuvimos varios minutos en la más completa oscuridad, sólo iluminada por el lumen de  las señales de emergencia y de las manecillas de mi reloj. Poco después, a duras penas, la 447 fué alcanzando velocidad y salimos camino a Salvatierra, llegando allí pasadas las 8:00 aproximadamente, cuando a esa hora estamos ya en Alegría. La niebla era mayor allí, sin embargo, la dificultad para reiniciar la marcha fue bastante menor, no provocando más que unos leves tironcitos. En Alegría casi desaparecieron las dificultades, y comenzó a amanecer. En Vitoria, cuando al entrar por Salburua aminoramos la velocidad, pude apreciar una fina capa de hielo en los coches, señal de la dura noche que habían pasado en la intemperie.


Llegué a Vitoria a las 8:30, teniendo poco más del tiempo justo para sacar unas fotos con el teléfono móvil de la cerrada niebla que cubría la ciudad, ir a casa a por el trípode y volver rápidamente a la estación para encontrarme con Iker, mi buen amigo que me acompañaría durante el resto de la jornada, y poder ver el Surex, que al final vino con algo de retraso y arrastrado por la 252-038. Al poco llegó el REX de Pamplona, con la bastante sucia 470-156, la cual llevaba dos tercios del coche cabina limpios dejando al descubierto un sucio vinilo del “Tren del Vino”. Después, para nuestro pesar, aunque era lo esperado, llegó sirviendo nuestro regional 18071 la 470-173, sucia como todas las de Miranda. Por suerte pudimos hallar un lugar con las ventanas sin ensuciar en el último coche, y pudimos disfrutar del cómodo viaje que nos brindaban los butacones reversibles de la veterana unidad. Este viaje que otras veces en solitario se me antojó algo largo, se me hizo corto esta vez al tener alguien con quien conversar, además, ese ambiente tan invernal daba al paisaje que rodea el trayecto otro aspecto que nunca había podido ver hasta entonces. Llegamos hacia las 10:15 a la localidad burgalesa de Miranda de Ebro.



Allí la niebla no era tan intensa como en Vitoria, donde la misma no levantaría durante todo el día; sin embargo el frío era algo más frío, valga la redundancia. Poco después de llegar pudimos deleitarnos con la presencia de la 251-024 que iba impecable por un lado y maniobraba aislada. Después vimos sin mucha pasión el enganche de los Alvia de Bilbao e Irún a Madrid, escena muy habitual y además mancillada por un graffiti en uno de los dos 120, el de Irún si no me equivoco.


Al rato vino la rama Arco de Bilbao, arrastrada por la 252-034, que tuvo que esperar casi un cuarto de hora a la de Irún, remolcada por la 039. La maniobra de acople fue bastante rara, ya que se hizo de forma distinta a la de costumbre, y a la postre la 252-034 se quedó apartada esperando hasta el anochecer frente al tren taller, cosa bastante extraña de la que evidentemente tomamos testimonio gráfico.




Más o menos una hora después llegó este tren que vemos en la siguiente serie de fotos, un TECO Jundiz-Bilbao arrastrado por la Bitrac 601-005 de Captrain que llegó para invertir la marcha, maniobra que disfrutamos íntegramente como se puede observar: 






Esta última fotografía fue publicada en el número 315 de la revista Hobbytren, correspondiente al mes de enero de 2020.

Después de esto, decidimos aprovechar para ir a comer y cambiar un poco de aires moviéndonos hacia el Crucero, localización donde pasaríamos la tarde. Cruzamos Miranda, y, cruzando por el puente de la N-I sobre el Ebro (donde sacamos una asquerosa 449 sucia con el 18061, la foto no quedó muy bien), nos acercamos al casco antiguo de la localidad, donde entramos al primer bar que nos encontramos abierto por aquellas desiertas calles. Esperamos unos minutos en la barra a que alguien nos atendiera, cosa que no sucedió, por lo que nos disponíamos a abandonar el establecimiento cuando un señor canoso de unos cincuenta años, el mesero, salió de la cocina y nos preguntó qué deseábamos. Le preguntamos si servía bocadillos, y como se nos quedó mirándonos como si le hablásemos en chino, tomamos de nuevo el camino hacia la puerta cuando nos pidió que esperásemos, que no le habíamos dejado tiempo para responder y que por supuesto tenía bocadillos de tortilla con diversos rellenos. Tras su respuesta, decidimos tomar asiento en una de las mesas, y yo, para mojar el gaznate, quise pedir un crianza a la otra camarera que acababa de salir de la guarida, pero me hizo caso omiso pues debía estar bastante ocupada moviendo cosas de un lado a otro, así que cuando el camarero salió de la cocina con el primero de los bocatas le pedí a él la copa; poco le faltó para mandarme de mala gana a la cocina a hacer por mí mismo la tortilla mientras él me servía el crianza, pero al fin, tras unos minutos de espera, teníamos listos ambos bocatas, los cuales degustamos tranquilamente leyendo la prensa del día en la que pudimos encontrar el anuncio del colorido “AVLO”.

A pesar del trato no muy amistoso y del vino que dejaba bastante que desear, francamente, los bocatas estaban exquisitos; ya podían estarlo, no salieron demasiado caros (4,5€ cada uno) pero tampoco era el precio moco de pavo. En palabras de Iker su tortilla llevaba jamón “del bueno”, y yo no tuve queja alguna de mi deliciosa tortilla de atún. Además, cabe destacar que éste, siendo el primer y único bar al que entramos, no tuvo mayor inconveniente para servirnos unos simples bocatas, a diferencia de lo sucedido en Legorreta, donde durante otra jornada ferroviaria memorable en la que también me acompañó el colega alavés, todos y cada uno de los bares de la localidad guipuzcoana nos negaron algo tan sencillo de hacer como cualquier cosa entre dos mitades de pan, y después de tenernos a vueltas por el pueblo en busca de algo que llevarnos a la boca no nos quedó otra que comer unas cazuelitas de carne cocida con chorizo recalentadas del bar de los jubilados, único establecimiento que se dignó a servirnos algún alimento, regado aquella vez por un inimitable Paternina. Con las pilas cargadas, pusimos de nuevo rumbo al Crucero, iniciando así la segunda parte del día.


Allí en el Crucero, tras unos cuantos minutos de espera, pasaron las primeras circulaciones, como la 470-085 con el Regional a Zaragoza, el Alvia a Barcelona… y en esas llegó Iván, nuestro compañero jarrero que durante el resto de la tarde estaría con nosotros. Fue fructífera esa tarde, pues pudimos ver el Trasona con el ya más que habitual doblete de primas, un TECO de Logitren arrastrado por la 335-025, y un mixto de cisternas de ácido de Tramesa y bobinas remolcado por la 253-009 y un amable maquinista que nos dedicó un concierto de pitadas; todas las locomotoras iban en un estado deplorable como era de esperar, pero fue un placer ver semejantes trenes, y más desde la vista privilegiada que nos ofrecía el paso superior, que permanece cerrada y sin uso desde que se construyó hace ya más de 10 años.





Ciertamente, el punto de adrenalina que daba saltar la barandilla y subirse a lo alto de aquella pasarela, a la vista de cualquier viandante y sin saber ciertamente la si causa de su abandono era por algún desperfecto estructural o por alguna otra razón menos arriesgada (resultó ser por la excesiva cercanía de un transformador de alta tensión, lo cual en principio no suponía ningún peligro) le dio más “emoción” al asunto, e Iván y yo tuvimos que subir a toda prisa unas cuantas veces para poder hacer la foto; Iker en cambio prefirió quedarse con la vista alternativa sacando las fotos abajo en distintas perspectivas y encuadres.


Tras todas estas tomas, nos movimos unos cientos de metros más en dirección Madrid siguiendo la curva, donde en un prado embarrado y ya casi a oscuras pudimos sacar, aunque en mi caso de una forma bastante chapucera, un TECO de Continental...



...y el traslado de Media Distancia de Valladolid a Zaragoza de la 596-013. Tras esto, Iker y yo volvimos a la estación, y tras acercarnos con su coche Iván se fue. Tal fue mi mala pata, que en el camino de vuelta se me cayó el adaptador de tarjetas SD a USB, el cual nuestro amable compañero riojano me devolvió más o menos una semana después.


Encima, el Arco antes de proseguir su viaje a Hendaya. Debajo, la impecable 470-238 a cargo del Lince Madrid-Vitoria.


Llegó la noche y con ella volvió poco a poco la niebla que durante el día nos prestó una cierta tregua. Vimos, cómo no, la maniobra del Arco, que si no recuerdo mal llegó con algo de retraso y que dejó unas estampas seguramente irrepetibles a día de hoy, las cuales no dudamos en inmortalizar con numerosas fotografías. Ya para entonces llegó desde Vitoria nuestro compañero Luis, quien nos acompañó hasta nuestra vuelta en el 18065. El anochecer, más tranquilo en circulaciones, no nos dio demasiadas fotografías y el frío y el cansancio acumulado hizo que en gran parte del tiempo nos recluyéramos en el agradable y tibio ambiente del vestíbulo del edificio de viajeros, donde comencé a escribir los primeros esbozos de este texto, aunque lo dejé enseguida pues una ligera y momentanea migraña no dejaba que me concentrase en la labor.



El mítico Surexpreso, inmerso en su medio natural, la noche. Debajo, uno de los mercantes que, a pesar de los pésimos resultados fotográficos, amenizaron nuestra espera al MD. 


Entrados ya en la noche, pudimos inmortalizar el Surexpress y el 121 del IC 04177, pero en los últimos 20 minutos de nuestra estancia llegaron aglomerados tres mercantes, un LCR, un Continental y un Medway, los cuales captamos en compañía de Gustavo, a quien tuve el placer de conocer aquella noche. Al poco de su paso hizo acto de presencia nuestro Media Distancia, que nos llevó de vuelta a la capital alavesa en un silencioso y ligero viaje.



Al día siguiente tuve la suerte de acompañar a Iker a Cerio, donde en aquellos llanos paisajes sacamos el Hendaya-Ciempozuelos con doble 253; la foto me quedó bastante bien aunque me parece que se me desenfocó la cámara un poco, y además no llegué a terminar las labores de limpieza que las locomotoras exigen, pero puede que próximamente la suba en Instagram, pues fue, tras mucho tiempo sin estrenarme, mi primera foto en la llanada, y espero volver por aquellos lares dentro de un tiempo para poder sacar alguna instantánea similar, a poder ser en buena compañía como aquella vez. 

Qué duda cabe de que terminé muy bien y muy contento aquel 2019; quién nos diría en aquel entonces que el año 2020, con esa numerología tan bonita, nos iba a deparar el apocalipsis… en fin, ¡a seguir bien y hasta más ver!