miércoles, 25 de marzo de 2020

Nobleza

Con todos los escándalos que últimamente rodean a la Casa Real y la corona, envuelta también en la epidemia mundial en la que estamos inmersos, la única que se salva de las dudas sobre su nobleza es Su Majestad la Reina de Renfe. Siempre vestida con sus mejores galas presume de su aristocracia mientras trabaja sin cesar, como los humildes hidalgos campesinos de las provincias dotadas de hidalguía universal, que de nobles solo tenían su consideración como la parte más baja del estamento; pero parece que, a pesar de su humildad y buen hacer, se le ha pegado alguna de las malas costumbres de la más alta nobleza, pues lucía un "ojo morado" a pesar de haber pasado revista hace no mucho. Qué se le va a hacer, es la Reina a pesar de todo...



Aquí la vemos arrastrar un balastero a Caparroso procedente de San Felices a su paso el 22 de febrero por Vitoria, ciudad por donde días antes de la toma de la fotografía se paseaba Urdangarín del brazo de la Infanta Elena; el autor de la misma sólo conoce la realeza de la mano de esta máquina y de participar como Gaspar en la cabalgata de los Reyes Magos, y sin ninguna duda se queda con este tipo de majestades, las cuales deberían abundar un poco más.


Unas horas después, aislada hace el recorrido a la inversa hasta Miranda, pasando junto a la vieja aguada de Norte. Debajo, cumpliendo con el mismo servicio, la vemos el 14-II-2020, día de San Valentín.


Esta locomotora, que conserva la librea original gracias a una solicitud de la Asociación de Amigos del Ferrocarril de Gijón prodigiosamente aceptada por Renfe, fue fabricada en las instalaciones de la valenciana Materiales y Construcción S.A. (MACOSA) bajo licencia de Mitsubishi Electric Corporation (MELCO) y en colaboración con Westinghouse España S.A. (WESA) y General Electric España (GEE) durante 1983, junto con el resto de su serie (de las cuales 2 fueron importadas de Japón, 10 construidas en la ya mencionada MACOSA y otras 18 en Construcción y Auxiliar de Ferrocarriles (CAF))  y algunas milagrosas excepciones de la serie 269 que aún circulan en manos privadas y que por el momento mi mala suerte no me ha permitido captar de forma honrosa, forma parte del último bastión de aquella generación de locomotoras de tecnología y estética japonesa que desde mediados de la década de los 60 circulan por territorio nacional. No nos queda más que intentar que esta locomotora deje de ser una excepción en cuanto a recuperación de libreas y desear larga vida a la vieja guardia japonesa: God Save the Queen y a su séquito, aunque teniendo en cuenta su origen, quizás sea más correcto llamarla Emperatriz... 

martes, 17 de marzo de 2020

En cuarentena

Tras unos meses de un parón solamente interrumpido hace unas semanas por el fin de los coches convencionales en España, habiendo estado sin subir ni una mísera fotografía por estar ocupado y algo desganado, por qué no decirlo, vuelvo a las andadas a raíz de esta cuarentena histórica que nos ha tocado vivir a causa de la pandemia creada por el virus SARS-CoV-2, el ya más que célebre coronavirus, y la enfermedad que causa su presencia en el organismo, el COVID-19, la cual sin duda conllevará y está generando consecuencias sociales y económicas que hasta dentro de un tiempo no podremos entrar a valorar en profundidad, aunque tanto los datos demográficos y estadísticos de la enfermedad como el pánico en el IBEX-35 y el resto de parqués de Europa y el mundo, la inestabilidad política y la cuestionable inacción del gobierno nos dan una idea de la que se nos viene encima, aunque no hay que irse tan alto para apreciar estas cosas, puesto que vivimos en nuestras carnes, aunque a una escala más pequeña, las consecuencias de tan indeseable adversidad; no hay más que ver los supermercados y la curiosa sobredemanda de papel higiénico, las calles desiertas, negocios cerrados (algunos ya casi obligados por la policía), fábricas con la producción parada o a medio gas e insensatos que hasta el último momento celebraban el estado de emergencia en joviales reuniones sociales en bares o con un  improvisado turismo, focos sin duda de posibles contagios. Viendo todo esto, la situación no parece para nada halagüeña. 

Al estar recluído en casa desde el jueves, día en el que al fin me conciencié de la gravedad de la situación, he tenido tiempo de dedicarme a estudiar, ver películas y evadirme del ambiente apocalíptico que transmite la televisión (que para un rato está entretenido y más para un futuro historiador, pero al final uno se cansa) he decidido retomar mi hábito de escribir parrafadas rememorando placenteras jornadas ferroviarias que espero no tardar mucho en poder repetir; comenzaré por ésta en Miranda el día 27 de diciembre del pasado año, la cual tenía medio escrita en algunos retazos que hoy he terminado de unir, completar y retocar para que estuviera todo listo y que quien quiera usar este tocho como solución momentánea a su aburrimiento  (cosa de la que me enorgullecería si es que os resulta efectivo) no se encuentre ninguna errata. Antes de comenzar, quisiera desearos a todos, tanto a vosotros como a vuestras familias, una llevadera cuarentena y una inmejorable salud; agradecer su esfuerzo a todo el cuerpo sanitario, que en la adversidad siempre muestra su valía y competencia y transmitir mi apoyo a los trabajadores, tanto ferroviarios como del resto de sectores que en esta situación continúan estoicamente su labor; y, en fin, transmitir un mensaje positivo, de esperanza y de buen augurio, que aunque las circunstancias las pinten pardas la humanidad es fuerte y volveremos a resurgir, podremos volver a la vida normal y a disfrutar de nuestra afición, a gozar de la compañía de quienes más queremos y apreciamos, y en definitiva, volver a ser libres y a vivir, no sin antes cumplir con nuestra responsabilidad de quedarnos en casa y no propagar más el virus.  

Aquel 27 de diciembre monté, como acostumbraba a hacer hasta hace unos meses, en el Regional Exprés, REX o RE 16000, el “Lehendakari”, que efectúa parada en el apeadero de Ormaiztegi a las 7:00, una hora redonda, servido por cualquier “vieja confiable” 447 PMR, que llega a Vitoria casi siempre puntual a excepción de algún que otro día en el que las condiciones climáticas adversas hacen mella a tan buen servicio. Aquel día, a causa de las bajas temperaturas que hacían descender el nivel del mercurio a valores negativos, la unidad al cargo, la 447-267, venía de entre la niebla con el pantógrafo echando chispas. Monté, también como de costumbre, en el primer coche de la composición, en el que no iban más que una chica bajita de pelo corto de cuya presencia no me percaté hasta que se bajó en Zumarraga y un joven limpiador de estaciones, ataviado con unos auriculares, acompañado de una fregona y su correspondiente cubo que se balanceaban a cada curva del maleado trazado ferroviario y con una cara bastante animada a pesar de la temprana hora en la que debería iniciar la jornada en la gélida y oscura Brinkola. Mi mente ya estaba celebrando el “simpa” que me iba a marcar, pues estaba seguro de que siendo un día de tan pocos viajeros el personal de intervención no haría acto de presencia en el convoy, cuando de pronto, poco antes de llegar a Legazpi, se abrió la puerta del intercambiador, sobresaltándome. Era, evidentemente, el interventor; no uno cualquiera, sino uno de los habituales en el 16000, y sin duda el más elegante de todos, de figura alta, esbelta y un poco encorvada, de poco pelo y cano, semblante serio pero amistoso, gafas, y siempre con un chaleco bajo el habitual traje, lo cual le da un plus de elegancia que sin embargo, bajo mi punto de vista, le quitan los pequeños pines que lleva adheridos a la solapa izquierda de la chaqueta. Mientras me cobraba los 6,70€, le pregunté si a ellos no les habían cambiado el formato del billete como a los de Media Distancia, a lo cual contestó que no, por ser aquel tren “una mezcla entre un Cercanías y un Media Distancia”.


Esta pregunta venía a raíz de lo sucedido en el viaje en el 18063 de dos semanas atrás, día 13 de diciembre, en el que en lugar de un interventor vinieron dos. Justamente aquel día un camión se empotró en Ziordia contra el muro que separa dos de las vías de comunicación más importantes del país, la Nacional I (A-1 en la actualidad, la vieja carretera de Francia desde siempre) y el ferrocarril Madrid-Irún, el viejo Ferrocarril del Norte, que cubren, salvando las diferencias, el mismo trayecto casi desde hace siglos. Me senté en un asiento cualquiera a mitad de una ventana, pues las mesas ya estaban ocupadas y pensé que quizás la limitación temporal seguía vigente, pues la dresina de Vitoria, que acudió en lugar de la de Alsasua, las cual yacía impecable pero estropeada en la vía de Correos de la estación de la capital alavesa, debía seguir trabajando para arreglar el estropicio o poco le faltaba por terminar, y el 449, que venía con unos cuantos minutos de atraso, seguramente aminoraría su marcha, con lo cual podría lograr grabar algo interesante apoyando allí mi teléfono. Cuál fue la sorpresa cuando de pronto una señora de edad mediana me pidió que le cediese “su asiento”, pues así lo decía su billete. Yo, a pesar de no tener inconveniente en dejar la plaza libre, le indiqué que en los trenes de Media Distancia el número de plaza no tiene ninguna relevancia y menos entonces que el tren iba vacío, a lo cual me respondió, con un ligero rintintín, que “sabía a lo que me refería, pero que de la misma forma que ella podía sentarse en cualquier otra plaza, podía hacerlo yo”. Sin discutirlo mucho, mientras uno de los pocos viajeros del coche decía con su bozarrón en tono amistoso y conciliador, con una risa al final a la que me sumé yo también dándole la razón: -¿Qué más da? ¡si el tren va vacío y no hay más que sitio!-me adelanté una fila, donde la forma curva de la ventana dificultaba poner a grabar el móvil. Pues bien, resumiendo, pues no hay mucho más que contar, ya que lo grabado no mereció la pena, aquel día primero hizo su trabajo uno de los interventores, y al venir el otro la señora de la poltrona casi se ofendió y saltó a la defensiva cuando el segundo interventor le solicitó su billete para una prueba. Resulta que habían cambiado el formato de los billetes y el software de los artilugios de validación e impresión que se usan habitualmente, dando lugar a problemas en el cobro por falta de cobertura en diversos tramos y cosas por el estilo. Uno de los interventores, de pelo gris y más enterado y experimentado en el asunto, iba ayudando a otro calvo y algo más jóven. En una de estas pruebas imprimió una copia de un billete de Alsasua a San Sebastián con tarifa de Tarjeta Dorada (5,9€), que adjuntaba un gran logo de Renfe Viajeros en el encabezamiento y un código QR de gran tamaño debajo. Al terminar el experimento, tras enseñarle el resultado a su compañero, hizo con él una bola y la tiró al asiento frontal de la mesa en la que estaban. Después, al pedirme mi billete para otra prueba, le pregunté si habían cambiado el formato de los billetes y si me podía enseñar el nuevo, y me contestó amablemente explicándome el problema y me dio el billete, que “aunque estaba bastante arrugado” ahora conservo en mi colección bien planchado. 

Volviendo al 16000, ya en Brinkola, a una temperatura de -3º, se empezaron a notar los estragos del frío, pues la 447 ya empezaba a tener pequeñas dificultades para retomar la marcha. A la entrada de Alsasua, a medida que la unidad perdía velocidad para efectuar parada en la estación navarra, los chispazos del pantógrafo eran cada vez mayores, y la unidad se apagó en un momento dado, dejándonos a oscuras por unos cortos segundos. Al salir, no sin dificultades, las chispas iluminaban la playa de vías. El grado bajo cero en Araia fue la gota que colmó el vaso, y el tranvía, ya cansado y nervioso bajo la atenta mirada del factor de circulación que vigilaba desde el amplio ventanal del que dispone en la estación, se apagó tres o cuatro veces antes de iniciar una endeble marcha que terminó unos cuantos metros más allá, delante de la nave de Valcarce, donde la unidad cayó derrotada y estuvimos varios minutos en la más completa oscuridad, sólo iluminada por el lumen de  las señales de emergencia y de las manecillas de mi reloj. Poco después, a duras penas, la 447 fué alcanzando velocidad y salimos camino a Salvatierra, llegando allí pasadas las 8:00 aproximadamente, cuando a esa hora estamos ya en Alegría. La niebla era mayor allí, sin embargo, la dificultad para reiniciar la marcha fue bastante menor, no provocando más que unos leves tironcitos. En Alegría casi desaparecieron las dificultades, y comenzó a amanecer. En Vitoria, cuando al entrar por Salburua aminoramos la velocidad, pude apreciar una fina capa de hielo en los coches, señal de la dura noche que habían pasado en la intemperie.


Llegué a Vitoria a las 8:30, teniendo poco más del tiempo justo para sacar unas fotos con el teléfono móvil de la cerrada niebla que cubría la ciudad, ir a casa a por el trípode y volver rápidamente a la estación para encontrarme con Iker, mi buen amigo que me acompañaría durante el resto de la jornada, y poder ver el Surex, que al final vino con algo de retraso y arrastrado por la 252-038. Al poco llegó el REX de Pamplona, con la bastante sucia 470-156, la cual llevaba dos tercios del coche cabina limpios dejando al descubierto un sucio vinilo del “Tren del Vino”. Después, para nuestro pesar, aunque era lo esperado, llegó sirviendo nuestro regional 18071 la 470-173, sucia como todas las de Miranda. Por suerte pudimos hallar un lugar con las ventanas sin ensuciar en el último coche, y pudimos disfrutar del cómodo viaje que nos brindaban los butacones reversibles de la veterana unidad. Este viaje que otras veces en solitario se me antojó algo largo, se me hizo corto esta vez al tener alguien con quien conversar, además, ese ambiente tan invernal daba al paisaje que rodea el trayecto otro aspecto que nunca había podido ver hasta entonces. Llegamos hacia las 10:15 a la localidad burgalesa de Miranda de Ebro.



Allí la niebla no era tan intensa como en Vitoria, donde la misma no levantaría durante todo el día; sin embargo el frío era algo más frío, valga la redundancia. Poco después de llegar pudimos deleitarnos con la presencia de la 251-024 que iba impecable por un lado y maniobraba aislada. Después vimos sin mucha pasión el enganche de los Alvia de Bilbao e Irún a Madrid, escena muy habitual y además mancillada por un graffiti en uno de los dos 120, el de Irún si no me equivoco.


Al rato vino la rama Arco de Bilbao, arrastrada por la 252-034, que tuvo que esperar casi un cuarto de hora a la de Irún, remolcada por la 039. La maniobra de acople fue bastante rara, ya que se hizo de forma distinta a la de costumbre, y a la postre la 252-034 se quedó apartada esperando hasta el anochecer frente al tren taller, cosa bastante extraña de la que evidentemente tomamos testimonio gráfico.




Más o menos una hora después llegó este tren que vemos en la siguiente serie de fotos, un TECO Jundiz-Bilbao arrastrado por la Bitrac 601-005 de Captrain que llegó para invertir la marcha, maniobra que disfrutamos íntegramente como se puede observar: 






Esta última fotografía fue publicada en el número 315 de la revista Hobbytren, correspondiente al mes de enero de 2020.

Después de esto, decidimos aprovechar para ir a comer y cambiar un poco de aires moviéndonos hacia el Crucero, localización donde pasaríamos la tarde. Cruzamos Miranda, y, cruzando por el puente de la N-I sobre el Ebro (donde sacamos una asquerosa 449 sucia con el 18061, la foto no quedó muy bien), nos acercamos al casco antiguo de la localidad, donde entramos al primer bar que nos encontramos abierto por aquellas desiertas calles. Esperamos unos minutos en la barra a que alguien nos atendiera, cosa que no sucedió, por lo que nos disponíamos a abandonar el establecimiento cuando un señor canoso de unos cincuenta años, el mesero, salió de la cocina y nos preguntó qué deseábamos. Le preguntamos si servía bocadillos, y como se nos quedó mirándonos como si le hablásemos en chino, tomamos de nuevo el camino hacia la puerta cuando nos pidió que esperásemos, que no le habíamos dejado tiempo para responder y que por supuesto tenía bocadillos de tortilla con diversos rellenos. Tras su respuesta, decidimos tomar asiento en una de las mesas, y yo, para mojar el gaznate, quise pedir un crianza a la otra camarera que acababa de salir de la guarida, pero me hizo caso omiso pues debía estar bastante ocupada moviendo cosas de un lado a otro, así que cuando el camarero salió de la cocina con el primero de los bocatas le pedí a él la copa; poco le faltó para mandarme de mala gana a la cocina a hacer por mí mismo la tortilla mientras él me servía el crianza, pero al fin, tras unos minutos de espera, teníamos listos ambos bocatas, los cuales degustamos tranquilamente leyendo la prensa del día en la que pudimos encontrar el anuncio del colorido “AVLO”.

A pesar del trato no muy amistoso y del vino que dejaba bastante que desear, francamente, los bocatas estaban exquisitos; ya podían estarlo, no salieron demasiado caros (4,5€ cada uno) pero tampoco era el precio moco de pavo. En palabras de Iker su tortilla llevaba jamón “del bueno”, y yo no tuve queja alguna de mi deliciosa tortilla de atún. Además, cabe destacar que éste, siendo el primer y único bar al que entramos, no tuvo mayor inconveniente para servirnos unos simples bocatas, a diferencia de lo sucedido en Legorreta, donde durante otra jornada ferroviaria memorable en la que también me acompañó el colega alavés, todos y cada uno de los bares de la localidad guipuzcoana nos negaron algo tan sencillo de hacer como cualquier cosa entre dos mitades de pan, y después de tenernos a vueltas por el pueblo en busca de algo que llevarnos a la boca no nos quedó otra que comer unas cazuelitas de carne cocida con chorizo recalentadas del bar de los jubilados, único establecimiento que se dignó a servirnos algún alimento, regado aquella vez por un inimitable Paternina. Con las pilas cargadas, pusimos de nuevo rumbo al Crucero, iniciando así la segunda parte del día.


Allí en el Crucero, tras unos cuantos minutos de espera, pasaron las primeras circulaciones, como la 470-085 con el Regional a Zaragoza, el Alvia a Barcelona… y en esas llegó Iván, nuestro compañero jarrero que durante el resto de la tarde estaría con nosotros. Fue fructífera esa tarde, pues pudimos ver el Trasona con el ya más que habitual doblete de primas, un TECO de Logitren arrastrado por la 335-025, y un mixto de cisternas de ácido de Tramesa y bobinas remolcado por la 253-009 y un amable maquinista que nos dedicó un concierto de pitadas; todas las locomotoras iban en un estado deplorable como era de esperar, pero fue un placer ver semejantes trenes, y más desde la vista privilegiada que nos ofrecía el paso superior, que permanece cerrada y sin uso desde que se construyó hace ya más de 10 años.





Ciertamente, el punto de adrenalina que daba saltar la barandilla y subirse a lo alto de aquella pasarela, a la vista de cualquier viandante y sin saber ciertamente la si causa de su abandono era por algún desperfecto estructural o por alguna otra razón menos arriesgada (resultó ser por la excesiva cercanía de un transformador de alta tensión, lo cual en principio no suponía ningún peligro) le dio más “emoción” al asunto, e Iván y yo tuvimos que subir a toda prisa unas cuantas veces para poder hacer la foto; Iker en cambio prefirió quedarse con la vista alternativa sacando las fotos abajo en distintas perspectivas y encuadres.


Tras todas estas tomas, nos movimos unos cientos de metros más en dirección Madrid siguiendo la curva, donde en un prado embarrado y ya casi a oscuras pudimos sacar, aunque en mi caso de una forma bastante chapucera, un TECO de Continental...



...y el traslado de Media Distancia de Valladolid a Zaragoza de la 596-013. Tras esto, Iker y yo volvimos a la estación, y tras acercarnos con su coche Iván se fue. Tal fue mi mala pata, que en el camino de vuelta se me cayó el adaptador de tarjetas SD a USB, el cual nuestro amable compañero riojano me devolvió más o menos una semana después.


Encima, el Arco antes de proseguir su viaje a Hendaya. Debajo, la impecable 470-238 a cargo del Lince Madrid-Vitoria.


Llegó la noche y con ella volvió poco a poco la niebla que durante el día nos prestó una cierta tregua. Vimos, cómo no, la maniobra del Arco, que si no recuerdo mal llegó con algo de retraso y que dejó unas estampas seguramente irrepetibles a día de hoy, las cuales no dudamos en inmortalizar con numerosas fotografías. Ya para entonces llegó desde Vitoria nuestro compañero Luis, quien nos acompañó hasta nuestra vuelta en el 18065. El anochecer, más tranquilo en circulaciones, no nos dio demasiadas fotografías y el frío y el cansancio acumulado hizo que en gran parte del tiempo nos recluyéramos en el agradable y tibio ambiente del vestíbulo del edificio de viajeros, donde comencé a escribir los primeros esbozos de este texto, aunque lo dejé enseguida pues una ligera y momentanea migraña no dejaba que me concentrase en la labor.



El mítico Surexpreso, inmerso en su medio natural, la noche. Debajo, uno de los mercantes que, a pesar de los pésimos resultados fotográficos, amenizaron nuestra espera al MD. 


Entrados ya en la noche, pudimos inmortalizar el Surexpress y el 121 del IC 04177, pero en los últimos 20 minutos de nuestra estancia llegaron aglomerados tres mercantes, un LCR, un Continental y un Medway, los cuales captamos en compañía de Gustavo, a quien tuve el placer de conocer aquella noche. Al poco de su paso hizo acto de presencia nuestro Media Distancia, que nos llevó de vuelta a la capital alavesa en un silencioso y ligero viaje.



Al día siguiente tuve la suerte de acompañar a Iker a Cerio, donde en aquellos llanos paisajes sacamos el Hendaya-Ciempozuelos con doble 253; la foto me quedó bastante bien aunque me parece que se me desenfocó la cámara un poco, y además no llegué a terminar las labores de limpieza que las locomotoras exigen, pero puede que próximamente la suba en Instagram, pues fue, tras mucho tiempo sin estrenarme, mi primera foto en la llanada, y espero volver por aquellos lares dentro de un tiempo para poder sacar alguna instantánea similar, a poder ser en buena compañía como aquella vez. 

Qué duda cabe de que terminé muy bien y muy contento aquel 2019; quién nos diría en aquel entonces que el año 2020, con esa numerología tan bonita, nos iba a deparar el apocalipsis… en fin, ¡a seguir bien y hasta más ver!