viernes, 21 de agosto de 2020

Viaje al centro de la tierra

Desde hace ya unos cuantos años, el verano es de lejos la época del año que menos me gusta. Nunca me ha gustado la playa y tampoco demasiado la piscina. Quizás es porque aprendí tarde a nadar, tenía miedo y algo de asco al agua salada, y pasaba el tiempo rebozándome en la arena, haciendo obras de ingeniería de miniatura, como túneles, murallas, diques de contención, embalses o modestos pozos en busca del agua bajo la arena. Tampoco me gusta pasar calor, prefiero mil veces pasearme por la nieve bien abrigado y sentir el agradable calor de la calefacción que estar cociéndome y aguantar un golpe de frio al entrar en cualquier parte. Tampoco me gusta romper las rutinas que, por simple inercia hacen que haga lo poco que hago. En verano me estanco, me siento inútil y fuera de lugar.

Por suerte este año he tenido la oportunidad de visitar no uno, sino dos yacimientos arqueológicos que, como varias jornadas ferroviarias memorables de los últimos meses, me han sacado de vivir el tedio que suponen para mí todas las horas muertas del casi infinito verano que los estudiantes hemos vivido este maldito año; horas muertas en las que te entran dudas existenciales, nostalgias y crisis que parecen trascendentales pero que desaparecen en cuanto te ves inmerso en algo que te gusta. Primero estuve tres semanas en Ondarre, investigando un fondo de cabaña probablemente calcolítico formado por piedras, que, igual que el balasto de nuestro querido ferrocarril, tenía como objetivo drenar el agua pluvial que el tejado de aquella estructura sería seguramente incapaz de aislar. No fue una campaña demasiado fructífera en cuanto a hallazgos, pero volver a ver a unos cuantos compañeros de clase, conocer a nuevos alumnos de la carrera y celebrarlo bien mereció la pena. Después estuve dos semanas en Deba, en la cueva de Ermittia, donde cribamos tierra sacada en dos catas ilegales y adecentamos un poco su estado, encontrando bastante material, haciendo la experiencia aún más interesante; entremedias, acudí a grabar el alzamiento del menhir de Naparbide, una restauración que quedó bien documentada en vídeo para la posterioridad. En todas esas experiencias, aparte de aprender bastante sobre arqueología, saqué bastantes fotografías y apliqué conocimientos y técnicas experimentales para las mismas, sobre todo y más concretamente la de la fotografía panorámica, la cual ya exploraba con anterioridad pero que ya empiezo a manejar con mayor efectividad.

Teniendo tanto que hacer durante todas estas semanas he dejado de lado el ferrocarril, pero en cuanto he tenido oportunidad he aplicado lo aprendido para obtener resultados de calidad variable pero bastante satisfactorios. El lunes tuvo lugar un modesto pero interesante y agradable viaje al “botxo” en el que me embarqué junto con Iker, artífice de la odisea, e Iván, el invitado de honor. Tiene delito que haya esperado hasta que surgiera este plan para confiar verdaderamente en el transporte colectivo y acercarme hasta Bilbao con intereses exclusivamente fotográficos, pero al fin he superado ese temor a quedarme tirado en una ciudad ajena pasando la noche en la calle cual vagabundo. Iniciando yo el viaje en Beasain me reuní con ambos compañeros en el REX 16001, en el cual venían charlando, o más bien escuchando, al agradable interventor de Media Distancia que alguna vez he mencionado por aquí. Resultó que aquel señor que sembraba pavor a unas chicas de mi pueblo desde que  supuestamente les echó la bronca por exigir el descuento del Carnet Joven tras subir sin billete en Vitoria, aquel interventor tan serio y educado que taladraba los billetes, era Gabi, un verdadero cachondo locamente aficionado al montañismo y al esquí al que desde aquí mando un saludo.



Normalidad en la Estación del Norte, dos unidades de Cercanías estacionados mientras circulan en direcciones opuestas; 17-VIII-2020.


Otro Cercanías, captado desde el puente de Iztueta. 

Al llegar a San Sebastián aprovechamos para sacar unas cuantas fotos tanto en la Estación del Norte como en el puente de Iztueta, que conecta Gros y Egia y que espera inexorablemente su escrito destino de caer bajo la piqueta. Tras ello, cruzamos el ensanche donostiarra hasta el barrio de Amara, donde se yergue aún la estación de Euskotren, construída a mediados de los 80 y con un incierto destino. Pronto esta estación de culo de saco será sustituida por la pasante, el hasta hace un tiempo llamado Metro Donostialdea y hoy día afortunadamente llamado oficialmente TOPO, llamado así en homenaje al tradicional apodo popular que recibe el ferrocarril de vía estrecha que casi sin descanso desde 1912, conecta por medio de numerosos túneles y no pocos viaductos San Sebastián con Hendaya. Sin duda y como demuestran tantos casos, es la vox pópuli quien mejor bautiza cualquier cosa. Ahora se ha puesto de moda bautizar “oficialmente” desde las instituciones las estaciones y en general obras públicas como si de aeropuertos americanos se tratasen, eligiendo un nombre concreto y a veces añadiéndole el nombre de un político —como si hubiera políticos que de verdad merecen ser homenajeados de semejante manera— y  dejando de lado otras formas de la tradición oral o la historia, pasando a complicar y prostituír algo tan puro como la toponímia. Seguramente la Estación del Norte (o de Atotxa) de Donostia-San Sebastián será ahora simplemente  “Atotxa”, y quizás dentro de un tiempo “Atotxa Odón Elorza”, como Bilbao-Abando es ahora “Abando Indalecio Prieto” (oscuro personaje). A ver cuándo se bautizan los aeropuertos vascos, propongo que sean “Loiu Patxi López”, “Foronda Carlos Garaikoetxea” y “Hondarribia Juan José Ibarretxe”, que bautizarlos así da muchisísimo caché, notesé la ironía.


La 927 "Bilbao" fuera de servicio y la 907 "Hendaia" procedente de Lasarte estacionadas en la playa de vías de Amara. Fotografía publicada en el número 325 de la revista Hobbytren, correspondiente al mes de octubre de 2020.

La 917 "Abadiño" y la 911 "Zumaia" esperando para salir hacia Bilbao y hacia Hendaya.

Pues bien, allí en Amara, tras un buen rato decidiendo si pararíamos en Zumaia o Deba a comer, tomamos partido por la segunda localidad, ya que a pesar de tenerla Iker y yo bastante vista —no así Iván—, la localización de su estación es inmejorable y Deba es mucho Deba. Tomamos un trago en la cafetería Topobide, y, aunque estuve tentado de acercarme al TOPOgune, una especie de centro de información sobre el TOPO —lo cual es habitual en ETS/RFV y Euskotren, hay puntos de información también sobre las obras del tranvía de Vitoria— el tiempo apremiaba y no tardamos mucho en acceder al andén, para, habiendo sacado unas cuantas fotos, partir a “equis” menos diez, como todos los trenes a Bilbao, rumbo a la localidad costera. El recorrido, que tras salir del túnel de Lugaritz deja ver paisajes cada vez más verdes y naturales a medida que se acerca al Oria y a su desembocadura, fue muy ameno, viendo de por medio muchos de los lugares descritos por José de Arteche en “Mi viaje diario”, una lectura más que recomendable. Así pues, poco a poco llegamos a Deba, donde nada más llegar, tras encontrarnos con un educado vigilante de seguridad que invocó el Protocolo Antiterrorista de 2005 (por el cuál según él, Euskotren impedía la práctica fotográfica en sus instalaciones en el Reglamento). Yo, que ya leí sobre el tema, argumenté que nuestra fotografía era definitivamente doméstica, por lo cual el artículo 3.8 no nos coartaba la libertad de fotografiar lo que nos placiese, aunque no pusimos mucha resistencia y nos dispusimos a buscar un bar con alimento de suficiente sustancia como para saciarnos, aunque a mí me hubiera valido con un crianza que me saciase la sed. No fue tarea fácil, ya que a partir de las 2 las cocinas parece ser que se centran en servir platos y dejan de lado los bocatas. Tras encontrar un local que cumpliese dicha condición y almorzar, remontamos unos cientos de metros el río Deba para sacar unas cuantas fotos a las 900 y 950 que nos pasaron por el paisaje salpicado de caseríos y árboles de la carretera de Mendaro en la salida de la villa.

Las 900 en uno de los innumerables paisajes que recorre la línea San Sebastián-Hendaya.

Cuando estuvimos satisfechos, volvimos a la estación pudiendo observar una situación bastante tensa. Un individuo de unos 40 años de edad, no sabemos si tocado del ala o bajo los efectos de alguna sustancia, fue recriminado por los agentes de seguridad y algunos viajeros por llevar la mascarilla bajo la nariz. Tras discutir la situación y verse obligado a subirse el bozal, el cual se le caía constantemente, pegó un puñetazo a la pared intentando mitigar su frustración. Empezó a dar vueltas por el andén de una forma estresante, soltando de vez en cuando una patada a una pobre papelera que ninguna culpa tenía, lo cual atraía cada vez más la mirada de todos hacia él. Mientras andaba, se le caían los pantalones, por lo cual una señora le dijo que tuviera un poco de decencia y se los atase. El hombre no se tomó muy bien aquello y se arrimó a la señora para responderle algún que otro improperio, justo cuando vino el tren. La señora lo mandó a tomar viento y nos subimos todos al tren, incluido el alborotador cargado con una enorme mochila y una tablilla de surf. Al ver que empezaba a discutir con más viajeros, tanto los vigilantes de seguridad y municipales, que montaron en el convoy más a meter cizaña que a apaciguar los ánimos, como una empleada de Euskotren, pidieron amablemente al individuo que abandonase el tren, quedándose a discutir con él en el andén mientras nosotros salíamos de la estación con un par de minutos de atraso. 

Pasamos del paisaje costero de Zumaia y Deba a los valles de interior donde se sitúan los apabullantes paisajes industriales de Eibar y alrededores, de allí pasamos a la bucólica paz de Berriz, pasamos por los talleres de Lebario donde vimos las 2000 de EuskoKargo y el Trenbiker, pasamos por el modernísimo tramo soterrado de Durango y por otro tramo cerca de Galdakao lleno de postes de la electrificación de 1929… la vía estrecha y sus contrastes. Al final llegamos a Bilbao: pensabamos llegar hasta Matiko, actual final de la línea que jubiló a Atxuri, pero como no teníamos tiempo de sobra nos bajamos en Uribarri; deberíamos habernos bajado en Zazpikaleak, pero ciertamente no habíamos reparado en ello hasta llegar. Salimos a la superficie por unas escaleras mecánicas y viendo que estabamos a la par de la chimenea del parque de Etxebarria, en los barrios altos, bajamos a nivel de la ría, encontrándonos otra entrada de la estación de Uribarri que nos hubiera ahorrado la vueltecita. Ya abajo, pasando junto al Ayuntamiento, nos adentramos en el ensanche, en busca de las dos principales estaciones tradicionales de Bilbao que siguen prestando servicio a día de hoy, La Concordia y Abando. Por allí anduvimos fotografiando todo lo que se podía y coincidimos con un antiguo vigilante de seguridad de la estación de Vitoria, Javier, que presta ahora sus servicios en la planta comercial de Abando.

La unidad 407 del tranvía de Bilbao rueda en dirección a La Casilla bajo la atenta mirada de Don Diego López V de Haro por la Plaza Circular. En la panorámica se pueden observar el edificio Terminus (1894), diseñado por Severino Achúcarro, arquitecto de la Estación de La Concordia; la Estación de Abando (1948), diseñada por Alfonso Fungairiño, y la Torre del Banco de Vizcaya o Torre Bizkaia (1969), diseñada por Enrique Casanueva, Jaime Torres y José María Chapa, que con 88m fue el rascacielos más alto de Bilbao tras la Torre Bailén y fue destronada por la Torre Iberdrola, siendo restaurada recientemente recuperando su color rosado original.

Fotografía publicada en el número 325 de la revista Hobbytren, correspondiente al mes de octubre de 2020.


 La 3601 sale de La Concordia con destino La Calzada. Junto a la estación se yergue la citada Torre Bailén (1946), primer rascacielos de Bilbao con 43m de altura, diseñado por José María Chapa y Manuel Ignacio Galíndez.


La 401 en dirección La Casilla estacionado en Euskalduna con la Torre Iberdrola (2012) al fondo. Diseñada por César Pelli, mide 165m de altura.

Viendo que el tiempo menguaba cada vez más rápido, y así lo hacía también la luz del sol, decidimos poner rumbo hacia la Termibus, siguiendo la ría y las vías del tranvía. El paseo, de una belleza sublime, nos llevó junto al Guggenheim, ante el que no nos detuvimos demasiado a pesar de la atención que reclaman las sugerentes formas del edificio y la inesperada y fresca bruma que salía del estanque que lo rodea. Sí que nos detuvimos junto al puente levadizo de Deusto, inaugurado en 1936 y en servicio regular  hasta 1995. Recordaba haberlo visto levantado alguna vez, aunque puede que fuera fruto de mi imaginación infantil cuando mi padre me lo explicó la primera vez que estuve allí, mirando su maquinaria a través de los barrotes; la última vez que se levó fue en 2008, cuando se levaba en ocasiones especiales, y desde entonces, la falta de mantenimiento ha hecho que no sea posible que sus tableros se alcen de nuevo. Guardo la esperanza de verlo alzado de verdad alguna vez, aunque a este paso será tan imposible como ver el puente móvil de Treto girar sobre sí.

Al fin, llegamos a la terminal de autobuses. El local de entrada, aún en obras, no hace justicia al interior, completamente en servicio, de estilo sobrio y conservador dentro de lo moderno, un lugar  agradable dentro de lo que cabe. Llegó la hora de despedirnos, todos partíamos a las 20:00, sin embargo servidor tuvo que esperar media hora más por culpa de su ignorancia y de la incapacidad de la empleada de la ventanilla de Pesa para explicar correctamente el funcionamiento de compra de billetes de autobús, o más bien de percibir lo perdido que estaba uno pensando que podía pagar con la Mugi directamente. En el viaje inverso pasé por debajo de la cueva de Ermittia, donde estuve las anteriores dos semanas excavando, pasando por el túnel de la A-8 que provocó el hundimiento de una de las galerías de la cueva y dejando en su lugar un socavón de enormes dimensiones. Llegué a la moderna estación de autobuses de San Sebastián bajo el xirimiri que mojaba el suelo pero nada tuve que mojarme para resguardarme en la vieja Estación del Norte, casi vacía de noche hasta que poco antes de llegar el Cercanías se fue llenando el andén de la vía 2. Al poco de subir, unos viajeros musulmanes que andaban sin mascarillla comentaron algo de “mazcarela hamalahamala Auschwitz”, comparando el sometimiento de llevar la mascarilla a lo sucedido en el campo de concentración. En Hernani subió un joven, de origen musulmán también, que de forma muy modosa pidió a uno que se estaba liando un porro si tenía un poco más para darle para fumársela a la noche, a lo cual el hombre respondió lo de siempre, que era el último, que conseguir hierba estaba difícil para todos… el hombre se bajó en Urnieta, saludando al chaval de forma compasiva, y el chico continuó el viaje cabizbajo hasta Tolosa Centro, donde bajó junto a los de la “mazcarela”, los cuales bajaron atropelladamente tras preguntar al chico dónde estaban, despistados por la oscuridad de la noche y el silencio de la megafonía de la 446 recién llegada de Bilbao. Uno de ellos se dejó la mochila, que intenté entregar al personal de la estación de Tolosa, pero al no haber nadie tuve que resignarme a dejarla en la puerta de la cabina del maquinista, donde si no era ese día, al día siguiente tendría que ser vista. 

Un usuario del núcleo de Cercanías de Gipuzkoa viaja en dirección a San Sebastián durante la fase 1 del desconfinamiento ataviado con mascarilla, de uso obligatorio en los trenes y estaciones. Mientras, lee el número 29.112 del El Diario Vasco, el “Decano de la prensa Guipuzcoana”, correspondiete al 21 de mayo de 2020. Legible en los titulares: "Estado de alarma, día 68: Las mascarillas son obligatorias si no se puede mantener la distancia de seguridad"

Llegué al filo de las 23:00 a casa, contento por una jornada tan bonita que sin duda habrá que repetir alguna vez. Días como este ha habido bastantes este verano, y lo han salvado sin duda alguna.