jueves, 18 de julio de 2019

Lo viejo y lo nuevo


Ayer, antes de tomar esta fotografía y mientras me colocaba en el encuadre, pensé en el título de la misma: “Lo viejo y lo nuevo”. Sabía que era el mejor título que se me podía haber ocurrido, pero no recordaba qué tipo de obra llevaba ese mismo título. Por suerte, mientras preparaba esta descripción, recordé de dónde había sacado mi cerebro este título; se trata de la película homónima (aunque su nombre original fuera “La línea general”) de Serguéi Eisenstein, filmada en la Unión Soviética en 1929, muda y de 121 minutos de duración. En ella, como película propagandística que era, se pretendía mostrar los supuestos beneficios de la colectivización voluntaria de la agricultura mostrando el caso de una granjera pobre que iniciaba una cooperativa con la que un poblado de campesinos pasó de morirse de hambre a tener un tractor y casi nadar en la abundancia. A pesar de poner todo su empeño en ella y aplicar técnicas originales e innovadoras, Eisenstein, más conocido por su película estrella “Acorazado Potemkin”, tuvo que dejarla de lado para escribir el guión de otra película, encargada desde altas instancias y por tanto de mayor preferencia, que conmemoraría el décimo aniversario de la revolución de octubre. Además, con la muerte de Lenin y la llegada de Stalin, la política agraria cambió haciendo las colectivizaciones forzosas, así que a pesar de los cambios de última hora la película quedó coja de ideología y en consecuencia se estrenó sin pena ni gloria. La conocí gracias a las clases de Historia de la Economía Mundial de Iban Zaldua, que fue quien nos la puso y después la comentó, haciendo de esta vieja película soviética un excelente material didáctico. 

En este caso, lo viejo, el viaducto metálico de Alexander Lavalley, inaugurado en 1865 y clausurado en 1995, yace cada vez más deteriorado junto a lo nuevo, el viaducto de hormigón por el que el tráfico salva ahora el valle que el río Estanda y la erosión escarbaron en el terreno durante largo tiempo. La vegetación dificulta cada vez más el acceso al puente, aunque aún sigue siendo posible abrirse paso para llegar a la barandilla que hace de obstáculo último para entrar en el tablero por el que hasta hace poco más de dos décadas los trenes pasaban, por increíble que parezca. Una vez dentro de él, el aspecto más o menos saludable que presenta visto desde abajo empeora: las chapas que cubrían las traviesas cada vez se encuentran en peor estado, así como las que conforman la pasarela, a las que cualquiera con un mínimo de instinto de supervivencia ni siquiera se acercaría, ya que están muy debilitadas debido a la corrosión. Desde mi última visita, parece que alguien ha estado rebuscando cobre dentro de la cañería que cruza el puente en la pasarela derecha desde el lado Irún y que protegía algún tipo de cableado posiblemente telefónico o algo similar, dejando los tubos a su libre alvedrío en gran parte del puente. 

Siendo sincero, gestionar este tipo de patrimonio histórico es bastante complicado, y las autoridades pertinentes poco más pueden hacer que ponerlo en valor y hacer en la medida de lo posible un mínimo mantenimiento para que se mantenga en pie. Pocos se preocupan por el estado del viejo puente, y quien lo hace poco puede hacer. Por ello, es importante intentar que nadie lo vandalice, ya que bastante sufren estas estructuras por su naturaleza, como para que encima se dañen sin más motivo que el desahogamiento de la rabia de jóvenes casquivanos o el desvalijamiento y robo por parte de maleantes. Fui testigo una vez de la presencia de unos chatarreros merodeándolo, en busca de cualquier cosa que se pudieran llevar. Llamé a la Ertzaintza, ya que hace unos cuantos años, mientras sacaba fotos por la zona se apresuraron a personarse en el apeadero para interrogarme; en cambio esta vez ni se acercaron. Por suerte no hallaron nada que mereciera la pena encontrar.


Una 289.1 remolca la 253 y el bobinero Miranda-Irun. Tomada el 15-X-2015 hacia las 16:00.
De todas formas, es evidente que, aparte de su valor histórico, el cariño que parte del pueblo le tenía a este armatoste de hierro remachado, piedra sillar y hormigón armado hizo que se salvase, ya que gracias a ellos se conservó: un referendum organizado por el Ayuntamiento en 1991, antes de iniciarse la construcción del nuevo, zanjó la discusión del asunto con 376 votos a favor, 214 en contra y 46 votos en blanco. Hoy día, supongo que aunque poner en tela de juicio el valor del viaducto por medio de un referendum sería una burrada, pero también imagino que la puesta en valor del puente y del patrimonio industrial e histórico en general haría que el ratio de votos positivos fuera mayor, aunque quién sabe, quizás la decisión sobre su destino se hubiera tomado en algún despacho sin tener mucho en cuenta la opinión de los expertos o incluso del pueblo.

Mientras lo viejo sigue languideciendo, cada vez menos vecinos lo recuerdan en sus tiempos de esplendor, cuando convivían con el estruendo que hacían los trenes al pasar, cuando algún viernes a la noche algún joven impresentable se dedicaba a tirar desde las ventanillas de las veteranas 439 fluorescentes que soltaban de sus techos, cuando los niños se aventuraban a jugar en medio del mismo y coincidía con un cruce por lo cual corrían tenían que correr hasta el balconcillo más cercano como alma que lleva el diablo para no ser atropellados... en cambio lo nuevo sigue como nuevo: las barandillas del puente nuevo han recibido una mano de pintura hace unos meses, y debido a la lluvia de piedras que provocó uno de los vagones de un convoy balastero hace poco más de un año destrozando varias lunas y carrocerías de coches aparcados en las cercanías, estas relucientes barandillas se complementan con una malla de alambre que evitará cualquier suceso similar en un futuro. Y por lo nuevo pasaba este pestes en dirección a Irun, remolcado por la 253-042. Por suerte las nubes, que pocos minutos antes me querían jugar una mala pasada haciendo que la luz de sol hiciera peligrar mi foto, ayudaron a que el lateral no saliese sombrío. No es que el resultado me guste demasiado, con el testero de la locomotora trepidado, una luz un poco rara y un ligero desenfoque, pero al menos consigue representar lo que yo quería.



Dos puentes, dos japonesas, dos épocas, dos esquemas de color, dos servicios... la primera arrastra un Estrella a mediados de los ochenta. La segunda, la 289-104, arrastra un bobinero hacia Miranda una tarde de agosto de 2016.

martes, 2 de julio de 2019

Un caluroso «hasta luego»


El pasado jueves, una soleada y calurosa jornada en la cual las máximas superaron los 35º, tuve que volver a Vitoria tras casi un mes del inicio de mis vacaciones. Aproveché la ocasión de pasar un rato en la estación nada más llegar en el Regional Exprés 16000, ya que no tenía otra cosa que hacer hasta el mediodía. Ya durante el viaje y al bajar de éste se notaba la reducción de viajeros, especialmente de jóvenes, aunque en Alsasua, Araia, Salvatierra y Alegría el caudal de gente seguía siendo el mismo. Tras la vuelta de la 447 a tierras guipuzcoanas me dí un garbeo por los andenes y fotografié la extraña dresina de “Materiales férricos” que, según los autóctonos, llevaba dos semanas descansando en la vía de mantenimiento. Al fin, tras esperar poco menos de una hora, pude tomar una foto que, que yo recuerde, no tomé durante los nueve meses que llevaba habitando en la ciudad. Era la de este Surexpreso remolcado por la 252-034 estacionado antes de retomar su marcha a Hendaya.

Todo seguía igual tanto en la estación como en la ciudad, aunque con menos gente. Supongo que también las altas temperaturas desanimaron a muchos a salir a la calle, incrementando el vacío de las calles. Me paré en una esquina de la calle Dato con General Álava para observar el paso de los tranvías y autobuses cuando al rato una señora cercana a la cincuentena, con una voz gastada y desesperada me pidió un cigarro. -“Lo siento señora, no tengo tabaco”.- Siguió calle abajo mendigando aquel cigarro que tanto ansiaba a los pocos con los que se cruzaba, mientras yo tomaba unas pocas fotografías al ya mencionado material rodante. Di una vuelta por aquellas calles por las que hace un tiempo que no paseaba pero el calor empezaba a apretar verdaderamente, por lo que tomé el camino a casa al poco rato, para aprovechar el tiempo en otros menesteres.

A la tarde, me animé a ir a la estación para sacar unas cuantas fotos más, aunque el poco tráfico que hubo no hizo desmerecer la buena compañía de Luis, a quien mando un saludo. Ya ni los regionales navarros ni los guipuzcoanos igualaban como antes el gentío que generan los Alvias de Barcelona y Gijón. Por suerte, el Arco Camino de Santiago trajo tres coches y nos compensó un poco la espera, ya que vino con cierto retraso. De noche tampoco los bares de la calle de la Cuchillería tenían tantos clientes como hace semanas y era otra clientela la que alternaba ya; como por ejemplo, varios profesores jóvenes (y ya no tan jóvenes) que contaban a las 2 de la mañana del viernes que debían acudir a una hora temprana a un claustro.

El viernes a la tarde, montando en el Intercity 04177, me despedí al fin de la ciudad de Vitoria hasta principios de septiembre. La echaré sin duda en falta, pero no esta aborregada y medio vacía de verano, sino la alborotada y viva, la llena de gente.