miércoles, 28 de agosto de 2019

Vacaciones pirenaicas

Este agosto podría decir que he tenido unas de las vacaciones más productivas en cuanto a fotografía ferroviaria de los últimos años. El viaje, efectuado en una furgoneta camperizada de un modo algo rústico por mi padre hace unos años, se centró en la carretera N-260, el Eje Pirenaico, que une las localidades de Sabiñánigo y Portbou en paralelo a los pirineos, de ahí su nombre; la dejamos en varios puntos para visitar regiones más interesantes, pero siempre la tuvimos como eje principal del viaje. Planeé unas cuantas paradas para un viaje más pausado, aunque como es costumbre los planes o no se cumplen o se cumplen de formas inesperadas, así que mi padre se hizo el trayecto hasta el mediterráneo en tres días, por lo cual unos cuantos días quedaron colgados y sin ningún plan, aunque por suerte supimos salir del atolladero. 

Tras un primer día de muchos kilometros de recorrido, pasando por los impresionantes paisajes de tejados de pizarra, estrechos valles rocosos y centrales hidroeléctricas del pirineo aragonés, y tras visitar la bonita ciudad de Viella y el precioso Valle de Arán, pasamos la primera noche en Rialp, junto al río Noguera Pallaresa, cerca de un campo de fútbol municipal donde pude presenciar por primera vez en directo un concurso canino de entrada libre que duró hasta las 23:00h de la madrugada. Sobre el mismo he de decir que me cansé de verlo a los 5 o 10 minutos de llegar y estuvimos allí unos 20 minutos, pero puede que alguien encuentre estos eventos entretenidos como yo me entretengo viendo pasar trenes, y también hay que halagar la habilidad de hacer que un perro pueda participar correctamente en un concurso así, por ello me parece algo respetable y no me alargaré más criticándolo. También hay que decir que a pesar de lo que pueda parecer no nos dieron una noche de perros, sus dueños los tenían bastante bien educados y muy pocos ladraron a lo largo de la noche, cosa que era de agradecer ya que la mayoría de participantes pernoctaban allí mismo y creo que todos hemos sufrido alguna vez el efecto dominó de ladridos de los perros del barrio una noche cualquiera de verano. 

El segundo día intentamos visitar Andorra entrando por la frontera cercana de La Seu d’Urgell, pero un desprendimiento ocurrido el día anterior hizo que el tráfico se desviase por el parking de un supermercado; el de entrada al país por el interior del parking y el de salida por el exterior. Al medir nuestra furgoneta 2,52m de altura nos denegaron la entrada en la aduana andorrana, y al volver a a pasar por la aduana española un joven agente de la Guardia Civil nos detuvo para registrar nuestro vehículo a pesar de que como era evidente no podíamos haber traído nada que declarar, así que no nos entretuvieron demasiado y volvimos por donde habíamos venido, pasando la mañana en La Seo de Urgel. Después de recorrer sus calles, nos dirigimos hacia Puigcerdá y tras hacer acopio de provisiones y comer junto a la vía del Train Jaune que por desgracia pasaba algo más tarde, nos dirigimos al Pas de la Casa para poder entrar a Andorra, pasando de camino por la estación internacional de Latour-de-Carol/Enveitg. 

Allí, en una corta visita, pude capturar la BB7267 con el Intercités de Nuit a París-Austerlitz y el TER a Toulouse esperando estacionados su hora de partida, éste último con un banderín rojo en uno de los testeros, que según el compañero Kev Le Galicien señala que el convoy está pendiente de limpieza antes de salir; además pude ver un Régiolis apartado junto a los antiguos muelles de mercancías. 


La estación fronteriza del transpirenaico oriental, un edificio señorial, elegante y bien mantenido, albergaba a la sombra de su marquesina a unos cuantos viajeros que esperaban al Rodalies que estaba a punto de llegar. Tras esta pausa visitamos Andorra: un paisaje idílico pero en el que no había mucho más que tiendas, tiendas y más tiendas, y con precios no demasiado ventajosos, al menos comparados con los de hace unos cuantos años o los de internet. Eso sí, el ahorro de unos 25-30 céntimos por litro en el gasoil compensó la inmensa vuelta que nos hizo dar el desprendimiento. Al final, hacia las 19:30h llegamos a Ribas de Freser, donde aparcamos la furgoneta junto a la oficina de turismo, en un parking propiedad de la FGC donde después pasaríamos la noche. Visité la estación del cremallera y allí saqué unas cuantas fotos a una de las últimas circulaciones del día (si no la última) y a pesar del poco tiempo que quedaba para que éste cerrase sus puertas, pude apreciar el pequeño museo del cremallera, uno de los más pequeños y a la vez más bonitos que he podido ver. Hay que mencionar también su gratuidad, cosa poco común en los museos que ya pagamos por medio de impuestos, aunque quizás se contrarreste por el bajo mi punto de vista alto precio de los viajes del cremallera, el único medio de transporte al Valle de Nuria. 

Aquella noche nos despertó una increíble tormenta de rayos, truenos y granizos hacia las 5:00 de la madrugada, que golpeó el techo del furgón sin compasión y armando un increíble estruendo durante un cuarto de hora aproximadamente. La pobre gente la de la furgoneta de al lado, unos turistas si no recuerdo mal de los Países Bajos que tenían abiertas dos claraboyas en el techo, con lo cual debieron salir quizás no muy mal parados de aquella tormenta, pero con un gran susto en el cuerpo, eso seguro. 


A la mañana siguiente, tras sacar una foto al segundo cremallera ascendiente del día a su paso por el puente sobre el Feser, pasando junto a la estación de bomberos y el matadero municipal, incluido en el Inventario de Patrimonio Arquitectónico de Cataluña y el primero que pude observar pero no apreciar de todos esos edificios industriales que caracterizan el Ripollés. Salimos ya con destino Figueras, y alrededor de la carretera se podían ver infinidad de ingenios hidroeléctricos, papeleras, industrias varias, todas ellas me atrevería a decir que eran decimonónicas, algunas de ellas en estado de total ruina pero algunas otras conservadas decentemente. Ojalá hubiera podido detenerme tanto como quise para poder documentar todas ellas pero me tuve que conformar con ver el Pont de la Cabreta: que salvando el Freser unía Campdevánol, el siguiente municipio, con Ribas; y la central situada a su vera, de principios de siglo y de la cuál no he encontrado información al respecto, aunque seguramente servía a la Papelera del Freser, situada escasos metros río abajo y hoy día reconvertida en parking de autocaravanas. Sin parar en Ripoll, pasamos también por San Juan de las Abadesas: se me hizo llamativo apreciar desde la furgoneta que no queda casi nada, quitando algunos viaductos, del ramal minero que Norte electrificó también en 1929 como mi querido tramo de la Imperial. En algunos puntos del trazado nadie diría que por allí pasaba un intenso tráfico ferroviario, parecía un simple camino bucólico. 

Al alcanzar la costa visitamos las localidades de Rosas, Port de la Selva, Llança y al fin Portbou y Cerbère. En ellas pude sacar unas cuantas fotografías al material que andaba por allí, como las 447 de Rodalies o los TER franceses. La estación de Portbou se encontraba en obras, así que el ambiente de la misma estaba algo enrarecido, añadiéndole polvo gris y estruendos de martillos hidráulicos a la habitual melodía de golpes y chirridos de este tipo de estaciones. 


Si bien había muchísima más actividad que en Latour-de-Carol, podría atreverme a decir que había más viajeros esperando en Latour; la mayoría de los que esperaban en el vestíbulo de la gran estación portbouense eran jóvenes mochileros franceses de regreso a su patria, y no eran demasiado numerosos. Además, la estación presentaba un estado algo lamentable, con la mayoría de sus dependencias cerradas y las ventanas de sus estancias superiores tapadas por contraventanas que en algunos casos poco les faltaba para caerse después de sufrir durante quién sabe cuántas décadas la tramontana, que golpea duramente y a la vez refresca estas poblaciones costeras. Este mismo viento sería el autor también de los desperfectos en la “vidriera” (si es que hoy día se le puede llamar así, pues el material amarillento que la compone seguramente sea algún tipo de lámina de plástico grueso) de la gran marquesina de hierro que tanto caracteriza esta estación que data de 1929, de los tiempos de MZA, de los tiempos de las aduanas, de los porteadores y trasbordistas, de Guardias Civiles tras contrabandistas y estraperlistas. Sin embargo, esta decadencia está muy bien disimulada por su grandeza, que empequeñece los mencionados detalles. 


Tampoco el bello pueblo de Portbou se salva de la decadencia, las fachadas de las más nobles a las más humildes casas lo delatan. Mi padre, mientras me esperaba junto a mi hermano se encontró junto a un contenedor de basura un antiguo petate de la Deutsche Bundeswehr, el ejército alemán, muy probablemente de una unidad médica por las siglas que lo acompañan, “BMG” o Bundesministerium für Gesundheit o Ministerio Federal de Salud. Aún investigo su procedencia exacta y mi padre está esperando a que tenga alguno de sus buzos del trabajo lo suficientemente sucio para meter el petate junto a él y lavarlo como es debido sin que se entere mi madre. 


Al llegar a Cerbère después de pasar por los pintarrajeados y abandonados puestos fronterizos, tras apearme de la furgoneta para sacar rápidamente unas cuantas fotos a la estación mientras anochecía, un joven trajeado se acercó al vehículo. Pensando que sería algún trabajador de la misma, me apresuré a hacer lo que tenía que hacer y salirme con la mía. Resultó ser un viajero borracho que pensaba que aquella furgoneta era el taxi que esperaba, y pedía llamar a un taxi desde el teléfono de mi padre. Él se hizo el tonto fingiendo no entenderle “para no meterse en rollos raros” y el hombre se marchó, volviendo al rincón donde esperaba sentado. 


Tras estos días hubo unos cuantos de menor interés en general, dedicados al ocio y esparcimiento costero habitual. Seguimos la costa hacia el sur bañandonos en unas cuantas playas y visitamos unos cuantos pueblos pintorescos muy recomendables por el interior: Pals, Peratallada y Monells, éste último famoso por ser rodada en él la película “8 apellidos catalanes”. Cuanto más bajabamos menos refrescaba aquella tramontana y al final, hartos por un bochornoso día que colmó nuestra paciencia, emprendimos el camino a la inversa. 


Tras un sablazo de 12€ en el túnel del Cadí y muchos kilómetros, visitamos la el pueblo de Puigcerdá y di caza en al Train Jaune que la otra vez no pude fotografiar, auvisitamos Ripoll y pude entrar a la estación, donde fotografié una 447, y después, de nuevo Ribas de Freser, donde de pura potra pude fotografiar justo antes de partir hacia Castellar de Nuch, pueblecito donde pernoctaríamos aquella jornada, las unidades A8 y A7 en dirección ascendente, una tras la otra. 


Casualmente, ya que fue mi hermano quien mirando una aplicación propuso este pueblo, resultó que  era famoso por su antigua e impresionante cementera Asland, que cuenta con su propio ferrocarril industrial, hoy de uso turístico. Por desgracia, debido a lo temprano de nuestro paso por allí al día siguiente no pude verlo en funcionamiento y solo pude ver las cocheras y las vías, reconstruidas reutilizando material de mil sitios distintos. Tirafondos modernos, de los 70, RN, de punto, de otros tipos que no recuerdo, algunos amartillados, cosa prohibidísima en su día… Espero volver alguna vez para poder observar esta instalación industrial tan bonita con más detenimiento. 

Finalmente, tras otra visita a Viella, otra noche en Pont de Suert,  y una visita al pueblo en reconstrucción de Jánovas, abandonado por coacción de Iberduero para facilitar la construcción de un embalse que nunca se llegó a construir, la última parada ferroviaria fue en Jaca, poco antes de volver a casa. Allí, tras establecernos en el camping, me monté en mi bicicleta y recorrí los poco más de tres kilómetros que distan del establecimiento de acampada a la estación de ferrocarril. Tuve que preguntar a una amable señora para cerciorarme de que iba en el camino correcto y al final llegué con el tiempo de sobra para ver cómo curiosamente la terraza de la cantina estaba a rebosar y cómo poco a poco la pequeña marquesina se llenaba de gente joven que esperaba la llegada del canfranero en dirección a Zaragoza, no llegando en total ni a la cuarta parte de gente que tomaba algo en el mencionado establecimiento hostelero. La vegetación crecía en las vías asomando en los impecablemente limpios andenes. Dos generaciones de relojes, el clásico Paul Garnier y el setentero Bodet, marcaban la hora igual de erróneamente. Ya todo el mundo tiene teléfono y hasta el reloj de pulsera ha quedado relegado a un segundo lugar, así que es un desperfecto sin demasiada importancia; al menos se mantienen en su lugar. El factor de circulación, ataviado con su característica gorra y banderín, salió a ayudar a apearse a los viajeros, hablar con los maquinistas y, soplando el silbato, dar salida al “tamagochi” 596-017 que fotografié poco antes junto a la aguada. 


Después llegaría media hora más tarde en sentido ascendente el 013, que se llenó esta vez con una familia y unos cuantos viajeros de avanzada edad. El factor, mientras volvía al gabinete, miraba a la cámara, que en ese instante le tomaba una fotografía junto al pequeño automotor, con una sonrisa, seguramente fruto de haber cumplido ya satisfactoriamente su trabajo, faltando poco menos de una hora para terminar su jornada de trabajo. Volvía la tranquilidad a la estación de Jaca, volvía a pararse el tiempo. El ferrocarril, factor del progreso de muchas regiones durante décadas, hoy día no es más que parte del paisaje en algunas; un recuerdo de otros tiempos, un remanente de lo fue y de lo que supuso en su día. Al menos nos queda el consuelo de su supervivencia.


sábado, 3 de agosto de 2019

A la carrera

Este mediodía, totalmente por sorpresa, ha tenido lugar mi primera persecución en bicicleta a un tren; sin embargo, aunque de primeras la cosa suene a fantasmada, es completamente real, aunque evidentemente hay trampa en esta curiosa persecución que ahora os voy a contar.
Poco antes de comer, mientras veía la tele y editaba algunas fotos, he oído varias pitadas por lo que he salido al balcón a ver cuál era la circulación que tanto escándalo creaba con sus bocinas. Para mi sorpresa, resultaba ser una 253 limpia, la 080 para ser más exactos, que mientras echaba chispas en su pantógrafo se deslizaba cuesta abajo por el puente, remolcada por el peso del TECO que debería remolcar a Abroñigal. Como antecedente hay que comentar que el martes por la noche oí el Trasona haciendo mucho ruido como si estuviera parado, y resultó que el miércoles estaba apartado en Beasain, cuando a su rescate acudió una 251 limpia. Por desgracia no pude captar esta curiosa circulación, aunque algunos compañeros tuvieron la fortuna de poder hacerlo, cosa de la que me alegro.
Nada más verlo me he vestido un chandal y zapatillas y me he dispuesto a subir a la estación para verlo pasar. Por desgracia, al llegar al portal me he dado cuenta de que se me había olvidado volver a insertar la tarjeta SD en mi cámara, por lo que tras subir a todo correr los tres pisos de escaleras para volver a bajar y subir después la cuesta de la estación. Para más inri, al llegar a la estación he podido observar que el TECO ya estaba pasando por el terraplén que salva el pequeño valle en el que se encuentra el caserío Andi, donde nació Tomás Zumalakarregi.

He vuelto a bajar al pueblo y he ido a por la bicicleta de mi hermano, una mountain bike con ruedas anchas y frenos de disco que prefiero no utilizar por su peso superior al de las bicicletas de corredor que estoy acostumbrado a usar. A toda marcha he salido del pueblo usando el carril bici, y he alcanzado la “cola” del tren cuando se ha detenido momentáneamente en Salbatore, junto al antiguo circuito de tráfico, hoy día una explanada de asfalto enterrada casi completamente en hierba. Nada más alcanzar a verlo, la 253 ha vuelto a dejarse deslizar, por lo que sin bajarme de la bici he seguido hasta la boca del túnel de Salbatore, aunque allí la cámara, por tenerla mal configurada, así que he tenido que seguirla a todo correr para poder captar su paso en el puente de Antzizar. Al llegar y bajarme de la bici, me ha comenzado a dar un ligero mareo, tal vez por la rapidez con la que me he incorporado, por la sed que no podía saciar por la falta de una botella de agua y por el esfuerzo de bajar a gran velocidad hasta Beasain con tantas subidas y bajadas de cuestas para alcanzar la vía, agravado probablemente también por mi asma y el Farias que fumé ayer de madrugada mientras veía “El Espantatiburones” junto a mi cuadrilla.


Al poco de llegar han asomado por el túnel a poca velocidad los primeros contenedores, por lo que he preparado la cámara y el encuadre y he esperado atento a que llegase la locomotora, mientras se me pasaba el momentáneo y ligero desvanecimiento. Al sacar la foto ya he descansado, tanto física como psicológicamente, y me he acercado a la estación de Beasain a beber agua en la fuente del parque más próximo y a observar dónde era apartado el mercante. Tras beber lo equivalente a dos o tres botellines de agua y sentarme en un banco, he podido ver cómo la 253-087 llegaba al rescate, sucia como ella sola, y paraba en paralelo a su fatigada compañera en la playa de vías de Beasain, que seguramente ha sufrido una falta de tracción.

Al final, tras esta curiosa carrera, he podido volver a casa hacia las tres y disfrutar de la comida, que aunque a deshoras, ha entrado bien. Por desgracia no todo es tan positivo, ya que al parecer durante alguna de mis paradas he perdido (o me han sustraído) el cuentakilómetros de la bicicleta de mi hermano, por lo que a la tarde he tenido que volver a hacer el camino hecho a la mañana para efectuar su búsqueda sin ningún resultado. Al menos, durante su infructuosa búsqueda he encontrado un abono de Cercanías de 1991, amarillo y larguirucho, para trayectos entre Andoain Apd. y San Sebastián, tirado en pleno bidegorri. Una curiosa manera de estrenar el agosto que ayer comenzó.